Domingo XXI del tiempo ordinario (C)

Hermanos muy amados, en el Señor:

Es sorprendente la pregunta que, de camino, uno le hizo a Jesús. Es ésta: Señor, ¿serán pocos los que se salven? Jesús no la responde directamente, sino que dice: Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán.

Siguiendo el contexto de las lecturas de hoy, podemos abrir una tenue luz que aliente nuestra esperanza y nos estimule la responsabilidad. Por una parte, Isaías, nos da a conocer la revelación que ha tenido: que Dios conoce las obras de los hombres y sus pensamientos. Al mismo tiempo, nos asegura que el conocimiento de Dios respecto de los hombres es positivo, misericordioso y salvador, porque promete: Yo vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria. Este fragmento de Isaías es una proclamación solemne de la voluntad salvífica universal: Y de todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a todos vuestros hermanos.

Por otra parte, el escrito a los Hebreos propone un camino de retorno para los que se han extraviado. Se trata de pasar por la corrección. La mejor corrección es aquella que proviene de la propia iniciativa del que va errado, cuando lo reconoce humildemente y regresa del camino que se pierde en el mal o en el absurdo, por más que conlleve fatiga y humillación. Pero, como no todos ni siempre seamos capaces de emprender el retorno por propia iniciativa, Dios, que conoce las obras de los hombres y sus pensamientos, reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. El sufrimiento que Dios nos inflinge es ineludible, como inherente a la corrección, dado que lleva consigo la humillación de reconocer la culpa o el error y la amargura de cambiar unas actitudes o un estilo de vida, para emprender otro nuevo que, en un principio, se nos antoja contracorriente.

Dicho de otra manera: hemos de entender que disponemos de un tiempo para hacernos nosotros mismos, para madurar y convertirnos en trigo sazonado y repleto, apto para los graneros del Reino. Hemos de recordar que el tiempo es limitado y nos conviene pensar en la estación de la siega.

La salvación consistirá en colmar un proceso de relación con el Señor: que él nos conozca porque hayamos estado con él, que nuestra vida haya transcurrido en su presencia, iniciando un estilo concordante con la vida de salvados que esperamos y hayamos progresado en él. Entendemos perfectamente que para este fin necesitamos llegar al acto de fe, a la práctica del amor de Dios, a la esperanza en él y a la ordenación de la vida conforme a la justicia y al bien, aunque para ello sea necesario ajustarnos a la puerta estrecha. La estrechez de la puerta es más aparente que real, porque nos ha de conducir a la visión de un horizonte espléndido y a una libertad total, ya ahora, en esta vida. Se me ocurre que una puerta estrecha sería angustiosa para un obeso. En nuestro caso, para aquel que va hinchado de bienes de la tierra y no piensa en otra cosa que en hartarse de satisfacciones intrascendentes y de placeres sensibles.

Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán -dijo Jesús. ¿Serán aquellos que no habrán alcanzado un nivel suficiente de humanidad porque han vivido por debajo de las exigencias de la sana razón y de la recta conciencia? ¿Los que habrán vivido al margen de la fe, huérfanos de esperanza y vacíos de amor? Serían, tal vez, como el árbol que no alcanzó a dar fruto o como el proyecto de una obra de arte que nunca llegó a plasmarse en la realidad.