Domingo XX del tiempo ordinario (C)

Hermanos y amigos:

Es habitual sentir admiración por una personalidad fuerte que, dotada de claras convicciones y rigiendo su conducta por las mismas, no se deja influir fácilmente por el ambiente que le rodea, ni por opiniones opuestas, aunque cuenten con la mayoría, puesto que la opinión mayoritaria no siempre es garantía de verdad. Son aquellas las personas que hacen progresar el mundo hacia valores superiores y derriban barreras que impedían la liberación y el crecimiento humano, sin que obste la acérrima oposición a veces violenta, que les ofrecen el conformismo instalado y la mentalidad reaccionaria.

Alinearse en defensa de la verdad contra corriente, cuando lo que prevalece es la mentira; hablar de Dios, cuando la sociedad se avergüenza de su nombre; apostar por los valores interiores y espirituales, cuando lo que se encarece generalmente es el materialismo puro y simple, serían signos de una personalidad fuerte, si, al mismo tiempo, se esfuerza por vivir conforme a aquellos principios y hace de su parte para que también otros puedan descubrir el verdadero sentido de la vida

Es, ni más ni menos, lo que hacía el profeta Jeremías, según hemos escuchado, que dedicaba su vida entera a procurar que su pueblo buscara sólo en Dios la salvación. Los políticos que aconsejaban al rey, por su nacionalismo exacerbado y privilegiando el aspecto temporal de las cosas, no pudiendo suportar por más tiempo la predicación del profeta, lo bajaron a una cisterna sin agua, para que acabara muriendo. Hundido en el fango, salvó la vida por intercesión de otro hombre de buena voluntad.

La carta a los Hebreos nos ha invitado a seguir también nosotros el ejemplo de los profetas y de los santos, que son una nube ingente de testigos, que nos enseñan cómo hemos de vivir la fe. Vivir la fe exige aquella fuerte personalidad de que hemos hablado antes, como también la que nos hace falta para librarnos de los impedimentos interiores y exteriores, y del pecado; sin que nos rindamos jamás y seamos capaces de empezar de nuevo cuando las cosas se han torcido.

En este contexto se entiende mejor lo que dice Jesús sobre el fuego que ha venido a prender en el mundo, y sobre la división que se creará a causa de Él, incluso en el seno de las familias. Fuego, porque Jesús expuso con gran ardor y entusiasmo su mensaje que no puede ser recibido tibiamente, sino con gran fervor y determinación. La división se producirá, no por parte del seguidor de Jesús, sino de la intolerancia de los que le rodean, sean a no familiares. Se meterán con él, le ridiculizarán, intentarán doblegar su resistencia y hacerle claudicar de sus propósitos.

Cuando llegue aquel momento: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició, y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. No podemos ignorar que la gran aventura humana de crecimiento propio hasta realizarnos plenamente, de acuerdo con el proyecto y el destino a que Dios nos ha llamado, es un camino empinado que únicamente los valientes y decididos están dispuestos a recorrer. Nadie corre en el estadio sin cansarse; ninguno batirá un récord sin entrenamiento y disciplina. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado, -dice la carta los Hebreos.