Hermanos muy amados en el Señor:
Lamentablemente, a veces, nos comportamos como irracionales o como gente que no sabe lo que hace; hecho que ocurre cuando nos dejamos fascinar por bienes de valor escaso o dudoso y decidimos vivir a la caza de valores que, una vez conseguidos, nos decepcionan radicalmente por engañosos.
Las lecturas de hoy nos proponen estar a la escucha y alerta para descubrir y entender qué quiere de nosotros el Señor, para sacar provecho del momento presente; es decir, para vivir en positivo, abandonando la ignorancia y avanzando por el camino del conocimiento y de la verdadera sabiduría de la vida.
La sabiduría verdadera nos sale al paso y nos invita a escucharla y seguirla. La primera lectura, sirviéndose del sentido figurado, dice que la sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa, y nos convida diciendo: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado, dejad la inexperiencia y viviréis.
Ahora bien, el manjar y la bebida son apetitosos tan solo para aquellos que tienen salud, hambre y sed; lo cual quiere decir que tendrán acceso a la sabiduría únicamente aquellos que la desean y la buscan de verdad y disponen espacio para ella en su corazón. El que viene con el estómago lleno no puede comer ni beber, y al que tiene su corazón y su pensamiento llenos de sí mismo o de cosas fútiles, no le queda espacio para la sabiduría verdadera.
Jesús, siguiendo el mismo sentido figurado de la primera lectura, nos convida a comer su carne y a beber su sangre, no ciertamente en el sentido material y literal, sino espiritual y místico; para que, unidos a él íntimamente por la fe y el amor sin reserva alguna, con un verdadero deseo semejante al que tiene hambre y sed, percibamos su presencia y nos identifiquemos con él.
Y, para que nos quedase constancia sensible de su estrecha proximidad, nos dejó el pan y el vino. Así, cuando comemos el pan y bebemos el vino de la Eucaristía, Jesús, que es la sabiduría de Dios, está realmente con nosotros produciendo los efectos admirables de su contacto personal: El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. (…) Ese tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.
Cuando recibimos la Comunión atentos a su significado profundo, estamos en las mejores condiciones posibles para acceder a la sabiduría y a los beneficios de su amor infinito. El momento sagrado de la comunión debería ser el más deseado, preparado y consciente de nuestra vida espiritual.