Domingo XVI del tiempo ordinario (B)

Hermanos en el Señor:

Si echamos un vistazo, aunque sea superficial, a nuestro entorno, nos daremos cuenta de cómo resulta sorprendentemente actual la descripción que hemos escuchado, tanto del profeta Jeremías como del Evangelio de San Marcos. En efecto, una turba anónima, despersonalizada, gente de todas las edades y condiciones, vive desorientada y desamparada como rebaño sin pastor. Mucha gente no sabe bien adonde va, qué quiere o de qué manera puede encontrarse a sí misma para ser feliz. Muchas personas no saben en qué ideología se halla la verdad, porque escucha opiniones diversas y contradictorias y se sienten solicitados a experimentar caminos y cosas que llevan la etiqueta de los mejores valores, hasta que experimentan su ineficacia con gran decepción.

Jeremías lanza amenazas contra los pastores que dispersan y dejan perecer las ovejas, refiriéndose a los reyes del pueblo elegido que se han depravado y conducen las gentes a la adoración de los ídolos. Actualmente también hay pastores, como algunos dirigentes políticos, hombres de ciencia, sociólogos, literatos, economistas, que invitan a la adoración de ídolos como son: el dinero, las ideologías, el placer inmediato de los sentidos y, usando y abusando de los poderosos medios de publicidad, los presentan al mundo como dioses salvadores para la multitud hambrienta de felicidad.

Ante tal situación, Dios tiene compasión de las turbas y promete ocuparse de ellas personalmente. Dice así Jeremías: Las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen. Les pondré pastores que las pastoreen; ya no temerán ni se espantarán, y ninguna se perderá -oráculo del Señor-.

Jesús es el Rey excelente, el pastor amoroso que Dios prometía en la primera lectura, el que lleva al país el bien y la justicia, el que nos ha redimido con su sangre y, uniéndonos en una sola fe, crea una nueva humanidad que se alimenta de la esperanza y vive en el amor.

Recordemos el pasaje del evangelio en que Jesús asume la misión del Buen Pastor que el Padre le encomendó. Hemos leído esto: Al desembarcar, Jesús vio una multitud y le dio lástima de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma.

La humanidad desorientada de nuestro tiempo tendría que decidirse a escoger entre Pastor y pastor. Le bastaría ponerse a escuchar con ganas y a informarse de veras sobre las enseñanzas de Jesús. De nosotros dependerá que elijamos vivir angustiados a causa de una multitud de promesas que nunca se cumplen, o si queremos entrar con decisión a formar parte del rebaño que se alimenta en verdes praderas donde nadie volverá a amedrentarnos.

Es necesario, de continuo, que la Iglesia haga visible al mundo la compasión de Jesús para con las multitudes, y ella, que ha nacido del amor de Cristo, ha de irradiar al mundo la doctrina del Buen Pastor para iluminar, no solo al individuo, sino también a grupos, sociedades, razas, culturas y civilizaciones. En todos aquellos ámbitos siempre encontrará eco favorable la voz del Buen Pastor, y en aquel eco hallarán la luz nuevas generaciones de cristianos.