Domingo VIII del tiempo ordinario (B)

Hermanos En el Señor:

Es muy importante que conozcamos la imagen que nos hemos formado de Dios, porque condiciona inconscientemente y de manera substancial nuestra relación con él. Veamos algunas de esas imágenes distorsionadas, para que podamos rectificar, caso que nos afecten: Algunos conciben a Dios como un amo despótico a quien no se puede replicar porque siempre lleva la razón, y a quien se debe obedecer siempre, bajo amenaza de castigo. Otros lo ven como a un padre bondadoso, pero severo, que nos ama, pero que nos exige con rigor; que nos quiere premiar, pero que también está dispuesto a castigarnos. Algunos hay que piensan en Dios como en un ser lejano que vive en su cielo, algo despreocupado de nuestro vivir diario. Estos últimos se sienten como dejados de la mano de Dios.

Muy diferente a estas categorías es el mensaje bíblico, tanto del Nuevo como de Antiguo Testamento. Allí se utiliza siempre el lenguaje del amor, preferentemente el amor de pareja: hombre y mujer enamorados. En aquel lenguaje, Dios es como el esposo, la trata con ternura, la perdona, pretende enamorarla continuamente. Su pueblo y cada uno de sus componentes es como la esposa que, a veces corresponde amorosamente y otras es esquiva, e incluso, infiel. Entonces Dios la busca de nuevo para conducirla otra vez al amor primero.

Repitamos el fragmento del profeta Osees que hemos escuchado. Vale la pena: Yo me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto. Me casaré contigo en matrimonio perpetuo (…) en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad y te penetrarás del Señor.

Estas palabras suenan divinamente y nos hacen sentir confiados y protegidos. El Señor está enamorado de nosotros, que somos su obra y nos ama, no por lo que nosotros somos o hacemos, sino por lo que él ha hecho en nosotros y aún está haciendo continuamente.

El salmo de hoy es un canto de exaltación a la obra que Dios hace sin parar a favor nuestro. Allí, el orante invita a su alma a bendecir el Señor, para no olvidarse de sus favores; porque él le perdona los pecados y le cura de toda enfermedad, rescata su vida de la muerte y lo sacia de amor entrañable.

En el pasaje de San Marcos que hemos escuchado, Jesús se presenta como el novio, tanto de los apóstoles como de todos sus seguidores. Cuando le preguntan por qué sus discípulos no ayunan, responde: ¿Es que pueden ayunar los amigos del novio, mientras el novio está con ellos? (…). Llegará el día en que se lleven al novio; aquel día sí que ayunarán. Jesús, además, comparó varias veces el reino de Dios a un banquete de bodas. Es el reino que se inicia con la venida de Jesús al mundo y tendrá su resplandor final, cuando todos nos reunamos con él en el cielo. Mientras tanto, él hace presente el amor entrañable de Dios a toda la humanidad.