Días pasados hemos celebrado la Jornada Mundial del Enfermo y por Pascua viviremos lo que llamamos «la Pascua del enfermo». El Mensaje del Papa es: “Sed misericordiosos como el Padre es misericordioso (Lc 6,36). Estar al lado de los que sufren en un camino de caridad”. Nos urge a garantizar a todas las personas enfermas, principalmente en los lugares y en las situaciones de mayor pobreza y exclusión, la atención sanitaria que necesitan y el acompañamiento pastoral que les una a Cristo crucificado y resucitado.
El Santo Padre nos hace fijar los ojos en Dios «rico en misericordia» (Ef 2,4), que siempre mira a sus hijos con amor de padre, incluso cuando éstos se alejan de Él. Misericordia es el nombre de Dios por excelencia. Manifiesta su naturaleza, no como un sentimiento ocasional, sino como fuerza presente en todo lo que Él realiza. Y el testimonio supremo del amor misericordioso del Padre a los enfermos es su Hijo unigénito, que vino a anunciar la buena nueva del Reino y a curar toda enfermedad. “El dolor aísla completamente y es de ese aislamiento absoluto del que surge la llamada al otro, la invocación al otro”, afirma el filósofo Emmanuel Lévinas (1905-1966). En la enfermedad, el corazón se entristece, el miedo crece, los interrogantes se multiplican; necesitamos encontrar la respuesta a la pregunta sobre el sentido de todo lo que ocurre. Lo hemos experimentado durante la pandemia. Necesitamos la presencia de testigos de la caridad de Dios que, como Jesús el Buen Samaritano, viertan sobre las heridas el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.
Valoremos lo que hace el personal sanitario junto a los enfermos, que trasciende los límites de la profesión, para convertirse en una misión. Las técnicas son muy importantes y beneficiosas, pero no deben hacernos olvidar la singularidad de cada persona enferma, con su dignidad y sus debilidades. “El enfermo es siempre más importante que su enfermedad y por eso cada enfoque terapéutico no puede prescindir de escuchar al paciente, su historia, sus angustias y sus miedos. Incluso cuando no es posible curar, siempre es posible cuidar, consolar, hacer sentir una proximidad que muestra interés por la persona antes que por su patología”, dice el Papa Francisco. Los centros de asistencia sanitaria deben ser casas de misericordia. Son obras valiosas mediante las cuales la caridad cristiana ha tomado forma, y el amor de Cristo, testimoniado por sus discípulos, se ha vuelto más creíble. Las instituciones sanitarias católicas son un precioso tesoro que hay que custodiar y sostener; su presencia ha caracterizado la historia de la Iglesia por su cercanía a los enfermos más pobres y a las situaciones más olvidadas. En una época como la actual, en que la cultura del descarte está muy difundida y a la vida no siempre se le reconoce la dignidad de ser acogida y vivida, estas casas de la misericordia, pueden ser un ejemplo en la protección y el cuidado de toda existencia, incluso de la más frágil, desde su concepción hasta su fin natural.
Y no podemos dejar de ofrecer a los enfermos la proximidad de Dios, su bendición, su Palabra, la celebración de los sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento en la fe. Es tarea de todos este ministerio de la consolación: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt 25,36). Por intercesión de María, Salud de los enfermos, pidamos confiadamente que todos puedan encontrar sentido, consuelo y confianza.