Éste es el tema y la invitación del Tiempo Ecuménico de la Creación 2022 que comenzó el día 1 de septiembre y se clausurará el día 4 de octubre, fiesta de S. Francisco de Asís. Es un momento especial para que todos los cristianos oremos y cuidemos juntos nuestra casa común, y una oportunidad para cultivar nuestra “conversión ecológica”, como respuesta a la “catástrofe ecológica” anunciada por S. Pablo VI ya en 1970.
La voz de la Creación es un canto dulce que alaba al Creador y al mismo tiempo es un grito amargo que se queja del maltrato humano. El canto dulce invita a practicar una “espiritualidad ecológica”, atenta a la presencia de Dios en el mundo natural, puesto que no estamos desconectados de las demás criaturas. Para los discípulos de Cristo esta experiencia luminosa refuerza la conciencia de que “por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,3). En este Tiempo de la Creación, volvemos a rezar en la gran catedral de la creación, cantando con todas las criaturas: “todo ser que alienta alabe al Señor” (Sl 150,6).
Desgraciadamente, esta canción dulce va acompañada de un grito amargo. Es la hermana madre tierra la que clama. Debido a nuestros excesos consumistas, gime y suplica que detengamos nuestros abusos y su destrucción. Son, pues, todas las criaturas las que claman y también son los más pobres entre nosotros los que claman. Expuestos a la crisis climática, los pobres son quienes más sufren el impacto de las sequías, las inundaciones, los huracanes y las olas de calor, que siguen siendo cada vez más intensas y frecuentes. Además, claman los pueblos nativos. Debido a los intereses económicos depredadores, sus territorios ancestrales están siendo invadidos y devastados por todas partes, y lanzan “un grito que clama al cielo” (Querida Amazonia, 9). También los jóvenes claman, exigen que limitemos el colapso de los ecosistemas de nuestro planeta.
Hace falta arrepentimiento y cambiar los estilos de vida y los sistemas perjudiciales, con una relación diferente con los demás y con la creación. El estado de degradación de nuestra casa común merece atención. Como personas de fe, sentimos la responsabilidad de actuar en nuestro comportamiento diario, en consonancia con esta necesidad de conversión personal y comunitaria. También la comunidad de naciones está llamada a comprometerse, con un espíritu de máxima cooperación, especialmente en las reuniones de Naciones Unidas dedicadas a la cuestión medioambiental.
La cumbre sobre el clima COP27 de El Cairo (Egipto) el próximo noviembre, espera aplicar el límite del aumento de la temperatura a 1,5°C. En la base de todo debe estar la alianza entre el ser humano y el medio ambiente, espejo del amor creador de Dios. Así mismo, la cumbre COP15 sobre la biodiversidad, que se celebrará en diciembre en Canadá, ofrecerá a la buena voluntad de los gobiernos una oportunidad importante para adoptar un nuevo acuerdo multilateral que detenga la destrucción de los ecosistemas y la extinción de las especies.
Está naciendo una nueva mentalidad respetuosa con la ecología y muy preocupada por el cambio climático. El calor desmedido del pasado verano y los fenómenos naturales tan extremos que estamos sufriendo en todo el mundo, nos lleva a la oración. Recemos para que las cumbres COP27 y COP15 puedan unir a la familia humana para abordar con decisión la doble crisis del clima y de la reducción de la biodiversidad.