Encontrar, escuchar y discernir juntos

El Sínodo de Obispos que acaba de empezar, propone a todos los miembros de la Iglesia -a través de una consulta multitudinaria- profundizar en la comunión, la participación y la misión, para «hacer camino juntos» (que eso significa «Sínodo «). Se ha abierto ahora el tiempo de trabajo en las Diócesis y las parroquias, para hacer un sondeo universal, que debe aportar caminos concretos de conversión, «encontrándonos, escuchándonos y discerniendo juntos», como dice el Papa Francisco, para activar una Iglesia más participativa, distinta y abierta a la novedad de Dios, con docilidad y valentía.

El mismo funcionamiento eclesial es lo que se profundizará, y no sólo un tema concreto como han hecho los Sínodos hasta ahora, «con el fin de seguir avanzando juntos, para escucharnos recíprocamente y para comenzar un discernimiento de nuestro tiempo, siendo solidarios con las fatigas y los deseos de la humanidad». Incluso será bueno escuchar a los que no creen o los que se sienten lejos de la fe cristiana. «La participación de todos es un compromiso eclesial irrenunciable».

El Papa Francisco, el sábado día 9 en su Discurso de apertura en el Vaticano dijo que el Sínodo, a la vez que nos ofrece una gran oportunidad para una conversión pastoral en clave misionera y también ecuménica, no está exento de algunos riesgos. Y expuso tres: el formalismo elitista, que se queda en pura fachada; el intelectualismo, fascinado por la abstracción; y finalmente, la tentación del inmovilismo. Y al día siguiente domingo día 10, en su homilía, aconsejaba a todos, tres acciones: «encontrar», «escuchar» y «discernir» para caminar juntos.

Un encontrar que exige atención y disponibilidad para encontrarse con el otro y dejarse interpelar por su inquietud. Tomarnos tiempo para estar con el Señor y favorecer el encuentro entre nosotros; dar espacio a la oración, a la adoración, a lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia; para dejarnos interpelar por las preguntas de los hermanos.

También un escuchar con el corazón y no sólo con los oídos. Cuando escuchamos con el corazón, el otro se siente acogido, no juzgado, libre para explicar la propia experiencia de vida y el propio camino espiritual. Por ello, la Iglesia debe ponerse a la escucha de las preguntas, los afanes, las esperanzas de cada diócesis, de cada pueblo y nación. Y también a la escucha del mundo, de los desafíos y los cambios que nos pone delante. Hay que escuchar sin blindarse en las propias certezas.

Y aún, un discernir para no dejar las cosas tal como están. El diálogo, el debate y el camino, no nos dejan como antes, nos cambian. El Sínodo no puede ser una «convención» eclesial, ni una conferencia de estudios, o un congreso político o un parlamento, sino que debe ser un acontecimiento de gracia, un proceso de conversión guiado por el Espíritu Santo. Hay que liberarse del inmovilismo, de lo mundano y de los modelos pastorales repetitivos, para interrogarnos sobre qué nos quiere decir Dios en este tiempo y hacia qué dirección nos quiere orientar, caminando siempre con corresponsabilidad, ya que todos compartimos «un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo». El Papa oraba al Espíritu Santo en la inauguración del Sínodo para que «nos libere de convertirnos en una Iglesia de museo, hermosa pero muda, con mucho pasado y poco futuro».

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