«El Señor me ha enviado para curar los corazones desgarrados»

Jesús, que nos viene a visitar y a salvar de nuevo en esta Navidad que se acerca, se hace suyas las palabras del profeta Isaías proclamadas en este domingo: «El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor» (Is 61,1-2a). Revelan como entendía Jesús su venida y su ministerio de liberación, y nos hacen entrar en la profundidad de su Corazón. También nosotros nos hemos de dejar conducir por el Espíritu y así realizaremos las mismas obras de caridad, viviremos en la luz, y daremos gloria a Dios.

Vivimos tiempos de crisis dura y larga. Crisis sanitaria y económica que atraviesa el mundo y golpea personas y poblaciones, haciendo más patente la precariedad de la sociedad globalizada, y ello repercute en una especie de angustia existencial. Nos hacen sufrir los ancianos y los más vulnerables. Sólo desde la solidaridad encontraremos caminos de salida y de esperanza, con una redistribución más justa del trabajo y de la riqueza, y un ejercicio de las virtudes económicas, tales como la austeridad, la solidaridad y la promoción de actividades respetuosas con la dignidad de la persona humana, que nos devuelva la alegría de vivir y de preparar un futuro más humano.

Deberíamos valorar más todo lo que se está haciendo desde nuestras parroquias y desde las instituciones de ayuda y caridd, especialmente desde Cáritas y otras, con tantas personas voluntarias movilizadas, que están poniendo los recursos pastorales y de asistencia que la Iglesia tiene, al servicio de los afectados por esta pandemia. Es necesario que mantengamos este trabajo caritativo, y si puede ser lo aumentemos, con nuevas iniciativas que promuevan la solidaridad y la justicia. Debemos perseverar en el camino del servicio y la entrega generosa hacia los que más nos necesitan. Y es hora, también, de mirar adelante con fe y de trabajar con esperanza y más esforzadamente por el bien de todos. No podemos decaer en el esfuerzo, a pesar de la dureza de las circunstancias, y tenemos que trabajar con esperanza, en favor de la familia y del anuncio de la salvación que Cristo nos ha traído. Su Palabra nos da paz, y la pertenencia a la comunidad cristiana nos aporta gran confianza y la alegría de la salvación. Toman vigencia y actualidad, también, los principios orientativos de la Doctrina Social de la Iglesia, a los que es hora de redescubrir y difundir. Esta es también una de las propuestas del Papa Francisco en su última encíclica «Fratelli tutti», «Hermanos todos».

Jesús escogió nacer pobre, en un pesebre, y ser acogido en primer lugar por los pobres y por los que tienen un corazón de pobre. El pesebre de Jesús, que estos días preparamos en casa, nos enseña a valorar y apreciar a todas las personas, y con preferencia a los últimos de la sociedad. El pesebre es una lección perenne de humanidad. Jesús se acerca sin herir a la persona humana, salvándola desde la humildad. Y nos anima a luchar por vencer las pobrezas, que son un mal, y a trabajar para que el Reino de Dios avance, Reino de justicia, de amor y de paz. Preparemos la Navidad con una referencia constante a los necesitados, a quienes viven atrapados por las consecuencias lamentables de la crisis sanitaria, o que se angustian sin esperanza. Jesús viene “para dar la buena noticia a los pobres (…) y para proclamar un año de gracia del Señor «.

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