Cerca de la fiesta de San José, celebramos el Día del Seminario, jornada de oración por las vocaciones sacerdotales y por aquellos que en los Seminarios de todo el mundo se están preparando para recibir la ordenación sacerdotal que les hará «pastores misioneros» de Cristo. No puede ser sólo la intención de una jornada, pero así focalizamos y profundizamos en el valor de la oración por las vocaciones mantenida, perseverante, y en la estima que siempre debemos tener por los sacerdotes y por los que se preparan a ser pastores del Pueblo de Dios, según el corazón de Dios y las necesidades de la Iglesia, pastores evangelizadores bien preparados para los actuales tiempos de misión y que la humanidad tanto necesita.
El lema de este año nos habla de que la estima y cooperación por el Seminario «es misión de todos». Y quien dice el Seminario, dice también los sacerdotes. Dios nos ha hecho el gran don de los sacerdotes, los amigos de Jesús, que nos lo hacen presente. Y el camino sacerdotal tiene un primer tramo inicial, el Seminario, y un segundo largo tramo, que dura toda la vida. En cada etapa los seminaristas y los sacerdotes deben ir respondiendo al don de la gracia que han recibido, y han de renovar la vocación que Dios les ha regalado. Por eso los debemos tener bien presentes en nuestras oraciones. Cuando tantas sospechas recaen actualmente sobre los sacerdotes y su fidelidad, y muchos están denigrando la vocación sacerdotal y el celibato de los ministros consagrados, conviene que reafirmemos nuestra estima por aquellos que hace pocos o más años, le dijeron a Dios que sí, como la Virgen María, y le entregaron toda su vida para imitar a Cristo, servir al Evangelio, entregarse a los pobres y necesitados, celebrar los sacramentos de salvación y construir como pastores, comunidades cristianas vivas y misioneras, donde se viva el amor auténtico y donde brille la comunión con el obispo, sucesor de los apóstoles, y con los hermanos de todo el Pueblo de Dios, consagrados y laicos. ¡Cuánto que nos han ayudado y nos ayudan nuestros sacerdotes, y cuánta dedicación llena de amor nos han dado! No podemos dejarnos robar el don de la confianza en los sacerdotes y los seminaristas que se preparan; al contrario, estar cerca, confiar en ellos, ayudarnos mutuamente, y orar intensamente por su santificación y por su fidelidad. Ellos nos ayudan a reconocer la alegría que se esconde tras la gran vocación de servir a Jesucristo y los hermanos. Los presbíteros son hermanos débiles y frágiles, como todos, que están dando la vida por la Iglesia y por los hombres. Ellos nos muestran que hay una felicidad escondida, serena, profunda y gozosa en esta donación; y nos animan a todos nosotros a seguir por el camino de la fe. Seguir a Cristo del todo y para siempre, hace muy feliz y llena la vida de sentido y de amor. Conviene que muchos jóvenes lo conozcan y se animen a experimentar esta bienaventuranza, haciéndose seguidores radicales de Cristo y del Evangelio. ¡Explicar, testimoniar y confiar es misión de todos!
Como compromiso en el día del Seminario en la fiesta de San José, amemos y ayudemos al Seminario de la Diócesis y al Seminario Interdiocesano de Barcelona -sintiéndolos como cosa propia- y encomendemos los seminaristas y formadores que allí conviven, valorando el esfuerzo de las Facultades de Filosofía y de Teología en orden a su formación, la ayuda de las parroquias y de los sacerdotes que acompañan su crecimiento pastoral, y sobre todo hagamos que se propague en las comunidades eclesiales un gran movimiento de oración para que el Padre envíe más obreros al servicio del Reino de Dios.
{«image_intro»:»»,»float_intro»:»»,»image_intro_alt»:»»,»image_intro_caption»:»»,»image_fulltext»:»»,»float_fulltext»:»»,»image_fulltext_alt»:»»,»image_fulltext_caption»:»»}