Este domingo celebramos la IIª Jornada Mundial de los pobres, una jornada en la que el Papa Francisco, que la instituyó, nos invita a quienes intentamos dar una respuesta como Iglesia al grito de los pobres, que la vivamos como una vocación o llamada de parte de Dios, como un momento privilegiado de nueva evangelización. Vale la pena releer el Mensaje del Papa para reencontrar muchas llamadas a la conversión y al compromiso cristiano. Tengamos presente que los pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la belleza y la verdad del Evangelio. Sintámonos deudores para con ellos, ya que en el encuentro de unos y otros, se sostendrá nuestra fe, que actúa por la caridad, y creceremos en el sentido de nuestro vivir y en la esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5).
El lema de la Jornada proviene del Salterio: «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (Sal 34,7). Tenemos que salir al encuentro de las situaciones de sufrimiento y marginación en que viven tantos hermanos, que habitualmente designamos con el término general de «pobres». Y se dan tantas pobrezas materiales y morales… Este salmo nos ayuda a comprender quiénes son los verdaderos pobres a los que estamos llamados a volver nuestra mirada para escuchar su grito y reconocer sus necesidades.
En el mensaje de la Jornada se nos da la referencia de tres verbos: «llamar», «responder» y «liberar». “Llamar”, ¿qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? Podemos preguntarnos: ¿cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, a menudo no consigue llegar a nuestro oído, dejándonos indiferentes e impasibles? Una “indiferencia globalizada». En esta Jornada, estamos llamados a hacer examen de conciencia para darnos cuenta de si realmente hemos sido capaces de escuchar a los pobres. No se trata sólo de hacer cosas para ellos, o de pensar que si hacemos algún gesto, ya cumplimos. Tras el pobre está el Señor.
El segundo verbo es «responder». El Señor, dice el salmista, no sólo escucha el grito del pobre, sino que le responde. Su respuesta, como se atestigua en toda la historia de la salvación, es una participación llena de amor en la condición del pobre, para curar sus heridas, para restituir la justicia y para ayudar a rehacer la vida con dignidad. Y está claro que la respuesta de Dios es también una invitación para que todo el que crea en Él actúe de la misma manera. Debe haber asistencia y ayudas para con los pobres, ciertamente, pero sobre todo es necesaria una «atención amante», dice el Papa, que honra el otro como persona y busca su bien.
En tercer lugar «liberar». El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios interviene a su favor para restituirle dignidad. La pobreza viene creada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia. Males antiguos pero que son siempre pecados, que involucran a tantos inocentes, produciendo consecuencias sociales dramáticas. Y el Señor libera con un acto de salvación a los que le han manifestado la propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios.
Dejémonos convertir. Roguemos para no ser ciegos, ni sordos, ni indiferentes. Cada cristiano y cada comunidad estamos llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y la promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad.
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