El don de los hermanos consagrados a Dios

En este domingo día 2 de febrero celebramos la Presentación del Señor en el Templo, su entrega total al Padre. Le acompañaban sus santos padres y custodios María y José, y fue acogido con alabanzas por los dos ancianos Simeón y Ana. Fiesta de la Luz que llega al Templo de Jerusalén; fiesta de los ancianos que quieren poner vida a los años, viviendo una ancianidad gozosa y comprometida; y fiesta de los consagrados y consagradas a Dios en medio de su Iglesia santa. Día de alegría, porque en Cristo, todos fuimos «presentados» a Dios y fuimos aceptados como hijos en el Hijo.

En esta Jornada Mundial de la Vida consagrada, todos los cristianos miramos a estos hermanos y hermanas nuestros, los religiosos y todos los consagrados, como un don de Dios al servicio de la humanidad. Y le damos gracias por todos ellos, con vocaciones y servicios muy diferentes pero complementarios, en el corazón de la Iglesia, nuestra Madre. Ellos continúan en la historia la presencia viva de Jesucristo, consagrado al Padre. El testimonio evangélico de estos hermanos hace resplandecer ante el mundo y en la Iglesia, la presencia del Señor que es la Luz de los pueblos. La humanidad es más luminosa gracias a la vida de estos hermanos nuestros, siempre en seguimiento de Cristo casto, pobre y obediente, hecho servidor de todos. Es así como ellos viven orando en medio del mundo o se retiran en el desierto; educan, sirven los enfermos o escrutan las Escrituras; aman a quienes nadie ama y son la acción de Cristo en tantísimos campos adonde el amor los empuja.

Dios siempre ha llamado y continúa llamando a hombres y mujeres que, ya consagrados por el bautismo, sean en la Iglesia signos vivos del seguimiento radical de Cristo, testigos del Evangelio, anuncio de los valores del Reino y profecía de la Casa celestial, la definitiva y última estancia para todos. Ya que Jesús se hizo pobre por nosotros y proclamó bienaventurados a los que viven con espíritu pobre, abriendo a los pequeños los tesoros del Reino, por eso se necesitan testigos suyos y de su entrega y humildad, que fecunden todos los ámbitos de la vida humana con su caridad y servicialidad.

El Papa Francisco hace un año nos recordaba que «la vida consagrada es alabanza que da alegría al Pueblo de Dios, visión profética que revela lo que importa». Y exhortaba a los consagrados a que con Jesús encontraran el ánimo para seguir adelante y la fuerza para perseverar. El encuentro con el Señor es la fuente. Por eso es importante volver a las fuentes: volver con la memoria a los encuentros decisivos que tuvieron con Él, reavivar el primer amor, la vocación, y reescribir su historia de amor con el Señor. Y afirmaba que la vida consagrada «germina y florece en la Iglesia. Es mirada que ve a Dios presente en el mundo, aunque muchos no se den cuenta; es voz que dice: Sólo Dios basta, el resto pasa». Nos ayuda todos a no caer en la mediocridad, a no rebajar la vida espiritual, a no jugar con Dios, a no conformarse con una vida cómoda y mundana, y no caer en el lamento, la insatisfacción y el llanto. Porque «la vida consagrada no es supervivencia, es vida nueva». En esta Jornada roguemos a Dios por los religiosos y consagrados de nuestra Diócesis de Urgell y por los de todo el mundo, dando gracias por la ejemplaridad de sus vidas.

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