Si algo ha demostrado la terrible crisis del coronavirus que venimos sufriendo desde hace ya casi dos años, es que muchas de las cosas realmente importantes de la vida se nos habían quedado olvidadas. Y esta pandemia, a todos nos ha hecho reflexionar, y a muchos creyentes nos ha devuelto ese deseo de sentir con mayor intensidad la cercanía de Dios. En la preparación de la Navidad, cuando redescubrimos el “pesebre” y nos disponemos espiritualmente al Nacimiento del Dios que se hace realmente hombre, debemos recordar que Dios, como nos proclama el Cántico del Benedictus (Lc 1,68-71), “ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo (…) Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian”.
Debemos creer y esperar que en medio del silencio y el dolor, como en el desierto que florece, según la bella expresión del profeta Isaías, ya está creciendo un don impredecible, desbordando nuestras expectativas y las previsiones de los sabios, puesto que es Dios mismo en persona, quien nos visita y se hace uno como nosotros. En la historia de la humanidad, de nuevo ahora es tiempo de silencio servicial y expectante.
Me ha interesado el libro “Dios en la pandemia”, en el que seis grandes teólogos y expertos en atención sanitaria reflexionan sobre sus propias experiencias personales y aprendizajes interiores sobre la presencia, ayuda y fortaleza de Dios durante estos tiempos de pandemia que han sido y son tan difíciles. El Papa Francisco, en el prólogo, contextualiza el papel de la fe durante la pandemia como motor de la esperanza y de la solidaridad. “La crisis es una señal de alarma –dice el Papa-, que nos hace considerar con detenimiento dónde se hallan las raíces más hondas que nos sostienen en medio de la tormenta. Nos recuerda que hemos olvidado y postergado algunas cosas importantes de la vida y hace que nos preguntemos qué es realmente importante y necesario, y qué tiene solo importancia menor o incluso meramente superficial”. Es tiempo de prueba y de decisión para reorientar de nuevo nuestra vida hacia Dios como apoyo y meta nuestra. Especialmente en situaciones de emergencia, dependemos de la solidaridad de los que nos rodean, y descubrimos que es necesario poner nuestra vida al servicio de los demás de un modo nuevo.
Preparar y vivir la Navidad en tiempos de crisis sanitaria, debe concienciarnos de la injusticia global y despertarnos para escuchar el clamor de los pobres y de nuestro planeta, gravemente enfermo. Celebremos la Navidad, acogiendo el mensaje de la victoria de la vida sobre la muerte. No debemos dejarnos paralizar por la pandemia. Navidad nos proporciona esperanza, confianza y ánimo, y nos fortalece en la solidaridad; nos habla de superar las rivalidades del pasado y de reconocernos, más allá de toda frontera, como miembros de una misma gran familia, donde unos llevan la carga de los otros. Y dice el Papa: “El peligro de contagio a causa de un virus tiene que enseñarnos otro modo de contagio: el contagio del amor, que se transmite de corazón a corazón”. En la Navidad, el Señor “enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. Y dijo el que estaba sentado en el trono: ‘Mira, hago nuevas todas las cosas’”. (Apoc. 21,4-5).
{«image_intro»:»»,»float_intro»:»»,»image_intro_alt»:»»,»image_intro_caption»:»»,»image_fulltext»:»»,»float_fulltext»:»»,»image_fulltext_alt»:»»,»image_fulltext_caption»:»»}