El próximo sábado día 2 cuando celebraremos la fiesta de la Presentación del Señor, y con las candelas recordaremos que somos discípulos de Cristo, la Luz del mundo, daremos gracias por los que han consagrado su vida a Dios (Día de la Vida consagrada), y por el papel que en el Evangelio se otorga a Simeón y Ana, profetas de la Luz y la Alegría de Jesús, ofrecido en el Templo. Será también la fiesta de los patronos del Movimiento «Vida ascendente», y a su vez una llamada a mirar con amor y valorar los ancianos de nuestras comunidades. También la ONU determinó un día internacional de las personas mayores (1º de octubre), para alentar a los gobiernos a introducir y desarrollar en las legislaciones y los programas nacionales, los principios en favor de las personas de edad, con reconocimiento de sus derechos: cuidados, salud y seguridad social, discriminaciones que sufren, o malos tratos y posibilidades de empleo y de aportaciones sociales.
Los ancianos, con su sabiduría y experiencia, tienen la capacidad de seguir contribuyendo al desarrollo de la sociedad, pero lamentablemente muchos de ellos son marginados con políticas y prejuicios que los dejan a merced de la dependencia, la pobreza y el aislamiento social. A medida que la población anciana crece rápidamente en el mundo, su atención es cada vez más crítica. Esto exige la elaboración urgente de medidas concretas y prácticas que garanticen la protección de sus derechos humanos y que respondan a sus necesidades.
Según recientes informes sobre población mundial elaborados por la ONU (2017), se prevé que las personas con más de 60 años rozarán los 1.000 millones y representarán el 13% de la población total. El Francisco advierte que si bien gracias al progreso de la medicina, la esperanza de vida ha aumentado, la sociedad no se ha expandido a la vida, ya que no se ha organizado lo suficiente como para dejar espacio a la gente mayor, con el debido respeto y consideración práctica de su fragilidad y dignidad. Hay que tener en cuenta que los ancianos son desproporcionadamente susceptibles a la pobreza, la mala salud, la discapacidad, el aislamiento social, la violencia y el abandono, que son factores que atentan contra su dignidad humana. Y también con demasiada frecuencia vemos ancianos excluida de la participación activa en la sociedad y el desarrollo, a pesar de la sabiduría de vida que han acumulado durante los años de existencia, como siempre subraya el Francisco.
Tampoco podemos olvidar ni dejar de agradecerles que ellos, en el pasado, estuvieron activamente en el centro de nuestras familias y comunidades. Pensemos en tantos sacerdotes mayores, religiosos y religiosas, abuelos de las familias, «expertos» en humanidad, en educación, en oficios y en valores, ya que son ellos quienes han transmitido y han mantenido la llama de la fe y de la esperanza en nosotros y en nuestro pueblo. No podemos caer en la tentación de volvernos una sociedad programada para la eficiencia, que descarta a los ancianos. Ellos mantienen su dignidad humana y ésta no disminuye porque disminuyan sus capacidades económicas o físicas, o porque sufran discapacidades o deterioro cognitivo, o estén en su mayor momento de necesidad. Siempre serán hijos e hijas de Dios. Y como Simeón y Ana, aciertan cuando nos indican la presencia de la Luz en medio de nosotros. Amémosles y hagámosles notar que les agradecemos todo lo que nos han dado, de la mejor manera que supieron y pudieron.
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