Continuando la reflexión sobre el cambio climático y el cuidado de la Tierra debemos profundizar en la Doctrina Social de la Iglesia y la Ecología. Para los católicos, la guía para una verdadera “conversión ecológica” está en la encíclica Laudato Si’, del Papa Francisco, un documento que sin dar soluciones técnicas, aporta un mensaje de esperanza. Debemos actuar para que las generaciones futuras vean en nosotros la generación que hizo algo por ellos. En este sentido, el cristianismo y todas las demás las religiones juegan un importante papel, ya que proponen una vuelta a los orígenes, a lo esencial, a vivir de un modo más sobrio y a acercarse a Dios por medio de la Creación. Lejos del catastrofismo y el negacionismo, la propuesta cristiana –compartida por la mayoría de las religiones– ofrece una esperanza lúcida, sin que sea ingenua. Podemos y debemos cambiar la explotación y la superficialidad suicida, para crecer en un cuidado justo y responsable de la Casa Común.
Sobre la cuestión de las inversiones éticas y el consumo responsable, podemos preguntar: ¿qué hay de la economía? ¿cuál es el impacto de nuestras acciones como consumidores en la degradación medioambiental? ¿Sabemos en qué se invierten nuestros fondos? Del mismo modo que los católicos no deberíamos aceptar las inversiones en industria armamentística o en la abortiva, también deberíamos ser muy críticos con las economías que acaban con el planeta. Todo está muy conectado. El Acuerdo de París (2015), al establecer el objetivo de limitar la temperatura a 1.5 grados, implica necesariamente dejar de quemar combustibles fósiles: petróleo, carbón y gas. Se trata de convertir la llamada de la Laudato Si´ en una verdadera acción climática. En la responsabilidad climática hay una tendencia a echar la culpa mirando hacia arriba, hacia otros, pero nuestras acciones como ciudadanos libres tienen más incidencia de lo que creemos, al comprar, al invertir y al votar. Hay que encontrar nuevos compromisos, financiar otro tipo de inversiones de transformación y pensar que tendremos las políticas que votemos, y el mundo lo vamos haciendo entre todos.
Del mismo modo, la educación ha de ser el gran motor del cambio. Los jóvenes se están movilizando y apoyan las transformaciones que necesitamos. ¿Cuál debe ser el papel que debe tener la escuela y la universidad en esta tarea? Por un lado, aportar conocimientos y, por otro, sensibilizar desde una perspectiva integral. Queda mucho por hacer. Debemos unir esfuerzos y trabajar en conjunto escuelas, organizaciones sociales, asociaciones de padres y madres, movimientos ecologistas y comunidades cristianas.
El Papa Francisco afirma: “El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación por unir toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral (…) Deseo reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con vigor por resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos” (Laudato Si’ 13).