¡Cuánto debemos a los consagrados a Dios!

«Padre nuestro. La vida consagrada presencia del amor de Dios» es el lema de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada que ayer día 2 celebrábamos, unida a la fiesta de la Presentación del Señor. Es una Jornada que, según S. Juan Pablo II que la instituyó en 1997, debe buscar una triple finalidad: 1.- En primer lugar vivir un especial agradecimiento a nuestro Padre celestial por los grandes carismas que aportan los hermanos consagrados a Dios, que son más que las Órdenes religiosas, y que enriquecen a todo el Pueblo de Dios. Así hablamos también de Institutos de Vida consagrada y de Sociedades de Vida Apostólica. 2.- En segundo lugar promueve el conocimiento y la estima de lo que representa la vida consagrada que, «imita más de cerca y hace presente continuamente en la Iglesia [LG 44], por impulso del Espíritu Santo, la forma de vida que Jesús, supremo consagrado y misionero del Padre para su Reino, abrazó y propuso a los discípulos que lo seguían» (Vita Consecrata 22). Una especial consagración que está al servicio de la consagración bautismal de todos los fieles. 3.- Y en tercer lugar es una invitación a todos los consagrados a unirse y celebrar, a dar gracias a Dios por su vocación y renovar el compromiso de su entrega total a Dios.

El Papa Francisco, que fue religioso jesuita, se ha referido a la vida consagrada como «un regalo de Dios». Y recuerda que las personas consagradas son un signo de Dios en diferentes entornos, son levadura para el crecimiento de una sociedad más justa y fraterna, y una profecía del compartir con los jóvenes y los pobres. Así entendida y vivida, nos aparece la verdad de que cada consagrado es un regalo para el Pueblo de Dios. Necesitamos estos testimonios, que fortalezcan y renueven el compromiso de difundir el Evangelio, de la educación cristiana, la caridad hacia los más necesitados, la oración contemplativa, el compromiso de formación humana y espiritual de los jóvenes, las familias; el compromiso con la justicia y la paz.

Este año nos fijamos en que la vida consagrada es presencia del amor de Dios. Cada consagrado, con su vida y testimonio, nos anuncia que Dios Padre es un Dios que ama con entrañas de misericordia. Esta consagración se experimenta particularmente en los religiosos, los monjes y los laicos consagrados, que con la profesión de votos completa y exclusiva a Dios, viven totalmente consagrados a Dios, llevan la luz de Cristo allí donde más densas son las tinieblas y difunden la esperanza en los corazones desanimados. Ellos pueden decir como Jesús: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra» (Jn 4,34).

Agradezcamos las personas consagradas que en la Diócesis de Urgell aportan su particular consagración. Son como una parábola de lo que Dios nos ama y de cómo nos ama. Roguemos para que no disminuyan las vocaciones a vivir fraternalmente sus votos: con pobreza, castidad y obediencia; con carismas de dedicación a la oración y al trabajo, a la hospitalidad, para que podamos encontrar el silencio y la presencia de Dios en medio del mundo; sea ​​con servicios educativos, a los enfermos, a los pobres; sea ​​a los jóvenes y ancianos; sea ​​trabajando por la evangelización en general. La Iglesia y el mundo necesitan este testimonio del amor y la misericordia de Dios. Debemos orar para que muchos jóvenes respondan «sí» al Señor, que llama a consagrarse totalmente a Él, en un amor desinteresado a los hermanos.

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Feliz y Santa Navidad
d’Amic e Amat
Feliz y Santa Navidad
És el Cadí la serralada enorme
ciclòpic mur en forma de muntanya
que serva el terraplè de la Cerdanya
per on lo Segre va enfondint son llit.
Resclosa fóra un temps d'estany amplíssim,
a on, en llur fogosa jovenesa,
aqueixos cims miraven la bellesa
de
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