«Creo en la vida perdurable»

En la semana que entramos celebraremos la gozosa fiesta de Todos los Santos y el día siguiente día 2 y todo el mes de noviembre, lo dedicaremos a recordar y rezar por todos los fieles difuntos, por nuestros familiares, amigos y benefactores, por aquellos que alguna vez nos han pertenecido en el camino de la vida. De forma especial debemos interceder con espíritu de caridad por todos aquellos que nadie recuerda más, pero que Dios nunca olvida, porque son hijos e hijas suyos. ¿Y qué pedimos? Que los méritos de Jesucristo, de la Virgen María y de todos los santos, les sean perdón y misericordia, y que Dios los tenga en su gloria, por toda la eternidad.

«Dios es un Dios de vivos«, decía Jesús (Mt 22,32). El amor que nos hemos tenido en esta vida no se marchita sino que se transforma y se hace aún mayor, eterno… Quien ama, ¿podría olvidar a sus muertos? De tal modo que vivir, es también vivir con los muertos que nos han precedido, y que no han dejado de existir sino que han pasado a una nueva existencia “en el Señor”, con una vida eterna, ilimitada, sobreabundante.

«Todos seremos transformados«, dice S. Pablo (1Co 15,51). Ciertamente, no tenemos evidencias de esta transformación. Y cuando vamos a los cementerios, todo es silencio… Pero es que Dios quiere nuestra fe, y por eso se esconde en su silencio, para que podamos demostrarle el amor, con nuestra fe. Le gusta ser encontrado por quienes lo buscan. Y de alguna forma el silencio de Dios es imitado por el silencio de los muertos, que ya han salido de este mundo. Viven ya la infinitud de la vida y del amor de Dios, y por eso mismo, su amor a nosotros ya no entra en los estrechos límites de nuestra pobre y limitada vida y conocimientos de aquí abajo. Porque están vivos, callan. Deberemos aprender a encontrarlos y a vivir en comunión con ellos, «por la fe», desde la fe «en la resurrección de la carne y la vida perdurable», como decimos en el Credo. Amar y orar por los difuntos, se convierte en signo de fe en nuestra propia resurrección.

Roguemos a ese Dios silencioso, y a los silenciosos difuntos; que nuestro amor y nuestra fidelidad a Él, y a ellos, sea testimonio de nuestra fe. El gran teólogo alemán Karl Rahner (1904-1984), decía que cuando llegará el día de la plenitud que esperamos, nos quedaremos asombrados de cómo será todo bien distinto de nuestras fantasías, y que será así, porque la transformación final se adecuará, pero de forma sorprendente, al actual estado de nuestro ser. Y Rahner oraba diciendo: “Señor, yo espero con paciencia y esperanza. Espero como un ciego a quien se le ha prometido la irrupción de una luz. Espero en la resurrección de los muertos y de la carne” (Oraciones de vida, 1986). La conocida antífona del Réquiem, “Dales, Señor, el descanso eterno, y brille para ellos la luz perpetua”, es eco eclesial del amor de Jesucristo por cada persona, ya que Él la ha creado y la ha redimido con su sangre. ¡Cantemos esta antífona y gustémosla agradecidamente, en nombre de todos los fieles difuntos!

La solemnidad gozosa de Todos los Santos nos llena de esperanza. Ellos nos ayudan a entrar en el cielo, a vivir más de cara a Dios y a «esperar contra toda esperanza» (Rm 4,18). Por eso estos días nos encomendamos a todos los santos canonizados y a todos los demás. que guardamos en la memoria por su ejemplaridad. Por sus méritos y oraciones, unidos a los de Cristo y María, un día seremos acogidos en el cielo.

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