Siempre en junio, nos encomendamos a la misericordia amorosa de Jesucristo, en su imagen del Sagrado Corazón de Jesús, fuente de nuestra confianza. En nuestra Diócesis de Urgell esta imagen nos acoge cuando entramos en Andorra por la frontera española, y también está en la cima del Castellot de Artesa de Segre, entre otros lugares. Llenemos de sentido la oración jaculatoria tan tradicional «Sagrado Corazón de Jesús, ¡en Vos confío!» para proclamar nuestro amor y vivir en la confianza que da sentido a toda nuestra vida.
Del Corazón Sagrado de Jesús, símbolo particularmente expresivo del amor divino, atravesado por la lanza de un soldado (cf. Jn 19,33-34), brotan dones abundantes para la vida del mundo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10), que el Papa Pío XII recordaba en su encíclica «Haurietis acquas» de 1956 sobre el Culto al Sagrado Corazón: la vida de Cristo, el Espíritu Santo, la Eucaristía y el sacerdocio, la Iglesia, su Madre María, y su oración incesante por nosotros (cf. nn. 36-44).
En el año en que se celebran los 175 años del nacimiento de quien fue «hombre de eternidad», gran obispo de Vic y patriarca espiritual de Cataluña, el venerable Dr. Josep Torras i Bages (1846-1916), en proceso de beatificación, acordémonos que muchos catalanes rezamos el Mes del Sagrado Corazón con las devotas palabras de su Consagración al Sagrado Corazón de Jesús:
«Tuyo soy, oh Buen Jesús, porque eres mi Creador, porque desde toda la eternidad me has llevado en tu inteligencia como una criatura es llevada por la madre; tuyo soy porque me has rescatado del poder del demonio y me has comprado con el precio de tu preciosísima Sangre; tuyo soy como el hijo es del padre, como el sarmiento es de la vid, como el fruto es del árbol, ya que de tu Cruz somos fruto todos los cristianos: y aunque mil veces me he rebelado contra ti, tu Corazón dulcísimo nunca ha dejado de amarme; ha vertido por mí dolorosas lágrimas en los días de mi prevaricación, y movido por tu Corazón amantísimo no has parado hasta hacerme volver a la gracia.
¡Oh Corazón que tanto me has amado! ¡Oh Corazón que tantas veces he entristecido y llenado de amargura! A ti me consagro y prometo mil veces no daros de aquí en adelante ningún motivo de aflicción: al contrario, acordándome de las ocasiones pasadas en que te he llenado de amargura, propongo en adelante, amarte por los que no te aman, honrarte por los que te desprecian, propagar tu gloria para satisfacer las amarguras que a tu Corazón causan los que están obligados a expandirla, o te miran con la mayor indiferencia.
Propongo emplear todo mi corazón a amarte, y quisiera tener mil corazones para amarte más aún; quiero que desde ahora mi alma sea un sagrario tuyo, cerrado a toda vana pasión humana, un lugar de reposo para ti, una viva imagen de tu Corazón: de modo que, dedicándose durante toda la vida a amaros, el último pensamiento que tenga en la hora de la muerte sea un acto de amor a ti, oh Jesús dulcísimo, que deseas glorificar mi alma por toda la eternidad. Amén.»
Llevemos a la vida el fondo de estas palabras de consagración, ofreciéndonos del todo al Señor. Sagrado Corazón de Jesús, ¡en Vos confío!
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