Consagración virginal de Mª Trinitat Cabrero en Balaguer

María Trinidad Cabrero entró en el Orden de las Vírgenes y recibió su consagración el domingo 8 de enero, fiesta del Bautismo del Señor, de manos del Arzobispo de Urgell, Mons. Joan-Enric Vives en el Santuario-Basílica del Santo Cristo de Balaguer. El Arzobispo estaba acompañado por el Vicario episcopal Mn. Antoni Elvira, que hizo la llamada de la nueva Virgen, el Arcipreste Mn. Jordi Profitós, el Cura Custodio y Delegado para la Vida consagrada Mn. Joan Pujol, y otros presbíteros diocesanos y dos presbíteros capuchinos, con el diácono Antoni Baldomà. Acompañaba los cantos al órgano Mn. Jerrick Banzuela. Estuvieron presentes sus familiares y amigos, las Hnas. Clarisas del Santo Cristo, otras religiosas y vírgenes consagradas y un buen número de miembros de la Comunidad de Jesús, a la que perteneció de joven María Trinidad. También se unían con oración las Monjas Jerónimas de diversas comunidades.

Mons. Vives comentó las lecturas de la Palabra de ese domingo del Bautismo del Señor. Comentó Is 42,1-4.6-7, primer canto del Siervo de Yahvé, el Señor dice: “Mirad a mi siervo, a quien sosengo, mi elegido, en quien me complazco”. Este sirviente es el que “no gritará, no clamará, no voceará por las calles, la caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará; manifestará la justicia con verdad. No vacilará ni se quebrará.”. Hizo notar como la segunda lectura (Hch 10,34-38) Jesús es presentado como el consagrado de Dios y ungido con el Espíritu Santo y con poder, que pasó por todas partes haciendo el bien y dando la salud a todos los que estaban bajo la dominación del diablo, porque Dios estaba con él, y encontramos un estímulo para nosotros, y especialmente para una virgen consagrada. Y en el Evangelio (Mt 3,13-17) se habla del inicio de la misión de Jesús después del tiempo de Belén y Nazaret, con el Bautismo del Señor en el río Jordán, con unos grandes signos: “el cielo se abrió” y vio que “el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y venía hacia él”, y una voz decía desde el cielo: “Éste es mi Hijo, mi amado, en quien me he complacido”. Nuestro bautismo recibido por gracia nos hace a todos miembros de Cristo, y de la Iglesia, hijos en el Hijo, hermanos queridos por el Padre, amigos del Señor, ungidos del Espíritu Santo.

El Arzobispo destacó que la Fiesta del Bautismo del Señor, que concluye el tiempo de Navidad y Epifanía, nos hace redescubrir que por el Bautismo, todos los bautizados somos consagrados tal y como dice el presbítero o el diácono en el bautismo: “eres sacerdote, profeta y rey, para la vida eterna”. Por eso todos los bautizados formamos la Iglesia santa, Asamblea, Pueblo sacerdotal, el Santo Pueblo de Dios. La consagración como Virgen que María Trinidad recibía en ese día (en línea con la que había sido su vida como consagrada monástica jerónima) ponía de manifiesto que ahora dejaba de estar vinculada a un monasterio para vincularse al Obispo y al Obispado de Urgell. La virgen María Trinidad se consagraba de nuevo y para siempre a Dios, porque hacía de Él su todo, tal y como dice el salmista (Sal 16) “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está de tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad”. María Pilar, virgen consagrada, pasaba a ser toda de Dios, como la Virgen María, para hacer en todo su voluntad. Y esto lo hacía en un lugar concreto, el Santuario urgelense de la Virgen de Refet, con una vida de oración, silencio, servicio y estudio que lleva pero acogiéndose al carisma propio de San Jerónimo que el Obispo de Urgel acepta: el amor a la Palabra de Dios y a la Sagrada Escritura. Precisamente San Jerónimo quiso que la Biblia fuera conocida por el pueblo de Dios y por eso tradujo la “Vulgata” para el “vulgus”, el pueblo sencillo. Mons. Vives animó a la nueva virgen consagrada a dar a conocer y difundir el amor a la Palabra de Dios y a la Sagrada Escritura a los fieles de Urgell, porque “desconocer las Escrituras es desconocer a Cristo”, según decía San Jerónimo.

Finalmente el Arzobispo animó a la nueva virgen consagrada a encontrar a Dios en el silencio del pequeño santuario de Refet, escondido a los ojos de muchos, como lo fue Belén, pero haciendo que sea un Santuario donde haya amor a la Sagrada Escritura, a la Liturgia y a la Eucaristía, con el testimonio de una buena acogida a los huéspedes y un servicio a los pequeños pueblos de la comarca y de la Diócesis de Urgell donde el Obispo se lo pueda pedir.

A continuación se llevó a cabo la liturgia propiamente de consagración con las letanías, la oración consecratoria; la recepción del anillo y la entrega de la Liturgia de las Horas, que fueron llevadas a manos del sr. Arzobispo por dos Vírgenes consagradas de la Diócesis de Urgell, Cristina Ribot y Pilar Abellán.

El Orden de las Vírgenes restaurada por el Concilio Vaticano II está formada por mujeres que viven su consagración esponsal en medio del mundo, sosteniéndose con su trabajo y sirviendo a la Iglesia a través de la oración y del servicio que desarrollan según el propio carisma y disponibilidad, siempre en unión con el Obispo y la Diócesis.

La costumbre de consagrar vírgenes, observada ya en la Iglesia primitiva, tuvo por resultado la institución de un rito, por el que una virgen se convierte en persona sagrada, signo trascendente del amor que la Iglesia tiene a Cristo, ya que la Iglesia es «Sponsa Christi». Con el rito de la consagración, la Iglesia manifiesta el cariño que siente por la virginidad, implora la gracia de Dios sobre la virgen que es consagrada y pide para ella la efusión del Espíritu Santo.

 

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