El pasado día 5 de septiembre se cumplieron los 25 años de mi ordenación episcopal en la Catedral de Barcelona. Se me confiaba una nueva vocación que retomaba mi entrega sacerdotal, para ensancharla y convertirme en Obispo auxiliar de Barcelona, sucesor de los apóstoles. Después han venido nuevas llamadas: desde 2001, Obispo Coadjutor, en 2003 Obispo titular de Urgell y Copríncipe episcopal, y en 2010 Arzobispo «ad personam». Es momento oportuno para mirar atrás con agradecimiento y dar gracias a Dios por el don recibido, con todos vosotros, mi familia en la fe, que Dios me ha regalado, los hermanos a los que he de amar y servir, con todas mis fuerzas, guiado siempre por el Espíritu de Dios.
Veinticinco años es un número redondo que invita a hacer balance y a tomar nuevo impulso para los años que vienen en mi ministerio episcopal, como Dios lo quiera disponer, y siendo en todo «siervo de los siervos de Dios» (S. Gregorio Magno), siempre servidor de la alegría de los hermanos, humilde representante de Jesucristo, el Buen Pastor, que da la vida por aquellos que el Padre le ha confiado. «¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?», se pregunta y se responde el salmista: «Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor» (116,12). Lo he ido celebrando con los sacerdotes, diáconos y seminaristas en la Misa Crismal, en comunión con los sacerdotes que celebran este año los 25 y 50 años de ministerio; con los miembros del Consejo Pastoral Diocesano y sus familias, al finalizar el curso; y con los fieles diocesanos, en este septiembre, en la fiesta de S. Gil, en el Santuario de la Virgen de Nuria, Patrona de la Diócesis, y en la fiesta de la Virgen de Meritxell, Patrona del Principado de Andorra.
Agradezco vivamente la bella Carta personal que el Papa Francisco me ha dirigido a mí y a la Diócesis de Urgell, con motivo de estos 25 años de misión episcopal, tal como se lo decía en mi respuesta de finales de agosto. Le daba las gracias por este inmerecido regalo que ha querido enviarme a mí, a mis familiares y a toda nuestra Diócesis de Urgell, con la generosa Bendición apostólica que nos ha hecho llegar. También le expresaba mi comunión y la nuestra con la persona del Papa Francisco, en momentos de ataques duros e inmerecidos, rogando por su misión, para que Jesucristo lo cuide y lo sostenga, le dé su luz y su fuerza, le haga llegar bien fuerte el soplo del Espíritu Santo, y le revele la alegría del Evangelio en medio de la cruz y la dulzura de ser Apóstol y Vicario suyo en la tierra. Sigo animándoos a orar por el Papa, por sus intenciones y su salud, su valentía y su firmeza en la fe y en la reforma eclesial, para que nos sostenga a toda la Iglesia en el testimonio del amor y de la fe, y en la dulce y gozosa misión de evangelizar.
Y unido a él, rogad también por mí y por la Diócesis. Que en medio de los retos que tenemos por delante, no nos falte coraje y confianza, fidelidad al Señor que nos envía con la fuerza de su Espíritu Santo, para que seamos sal y luz, comunidad viva y acogedora, portadores del Evangelio del amor y la misericordia a todos, y especialmente a los pobres que deben ocupar un lugar preferente en nuestra dedicación. Me abandono confiadamente en las manos del Padre del cielo, para que siga acompañando y dando eficacia a la misión apostólica recibida, y me acepte como indigno apóstol de su Hijo. Gracias a todos, y de lo que yo he recibido os hago partícipes a vosotros: ¡Que Dios os llene de gracia y de alegría en el Espíritu!
{«image_intro»:»»,»float_intro»:»»,»image_intro_alt»:»»,»image_intro_caption»:»»,»image_fulltext»:»»,»float_fulltext»:»»,»image_fulltext_alt»:»»,»image_fulltext_caption»:»»}