Celebremos que la Virgen María es «Madre de la Iglesia»

En nuestra Diócesis como en otros lugares, durante todo el mes de mayo recordamos, hacemos fiesta e invocamos a la Bienaventurada Virgen María, la Madre de Cristo y la Madre de la Iglesia. Por una reciente decisión del Papa Francisco, de ahora en adelante, el lunes después de Pentecostés -este año cae el día 21 de mayo- en todo el mundo se celebrará la memoria litúrgica de María Madre de la Iglesia. El decreto comienza con estas palabras: «La gozosa veneración otorgada a la Virgen por la Iglesia en los tiempos actuales, a la luz de la reflexión sobre el misterio de Cristo y su naturaleza propia, no podía olvidar la figura de aquella Mujer (cf. Ga 4,4), la Virgen, que es Madre de Cristo y, a la vez, Madre de la Iglesia».

Debemos recordar la madurada veneración litúrgica a María después de una mejor comprensión de su presencia «en el misterio de Cristo y de la Iglesia», como ha explicado el capítulo VIII de la Constitución sobre la Iglesia (LG) del Concilio Vaticano II. El Papa Francisco ha establecido esta celebración «considerando la importancia del misterio de la maternidad espiritual de María, que desde la espera del Espíritu en Pentecostés (cf. Hch 1,14) no ha dejado de cuidar maternalmente de la Iglesia, peregrina en el tiempo».

Esta celebración nos hace recordar a todos los discípulos de Cristo que, si queremos crecer y llenarnos del amor de Dios, hay que fundamentar nuestra vida en tres realidades: la Cruz, la Víctima y la Virgen, comenta el Cardenal Robert Sarah, prefecto del dicasterio del Culto Divino. Estos son los tres misterios que Dios ha dado al mundo para ordenar, fecundar y santificar nuestra vida interior y para conducirnos hacia Jesucristo. Son tres misterios para contemplar en silencio y fe.

A la Virgen María se le ha atribuido el título de Madre de la Iglesia porque engendró a Cristo, Cabeza de la Iglesia y se convirtió en madre de los redimidos antes de que el Hijo entregara el espíritu. Este título mariano ya era usado por San Ambrosio de Milán (338-397), que veía que era indivisible el vínculo entre María y la Iglesia. El beato y pronto santo el Papa Pablo VI, lo confirmó en el discurso a los Padres del Concilio Vaticano II tenido el día 21 de noviembre de 1964, en la clausura de la 3ª sesión del Concilio Vaticano II, y estableció que «con este suavísimo nombre todo el pueblo cristiano otorgue en adelante aún más honor a la Virgen (…) Se trata de un título que no es nuevo en la piedad de los cristianos; todo lo contrario. Sobre todo con este nombre de Madre, prefiriéndolo a cualquier otro, a los fieles y a toda la Iglesia le place invocar María. Verdaderamente este título pertenece a la auténtica sustancia de la devoción a María: encuentra su justificación en la dignidad misma de la Madre del Verbo encarnado. María, como madre de Cristo, también es madre de todos los pastores y fieles, es decir, de toda la Iglesia.

Escuchemos al beato Pablo VI, y durante este mes de mayo, el día 21 y siempre, con el alma llena de confianza y de amor filial, alcemos los ojos hacia ella a pesar de nuestra indignidad y nuestra debilidad. Ella, que nos ha dado con Jesús, la fuente de la gracia, no dejará de socorrer la Iglesia, ahora que floreciente con abundancia de los dones del Espíritu Santo se apresura con un nuevo vigor en su misión de salvación. Y nuestra confianza aún es más viva y más firme, si consideramos los vínculos estrechísimos que vinculan a nuestra Madre del cielo con el género humano.

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