El próximo miércoles comienza la Cuaresma, con la significativa y popular imposición de la ceniza, mientras se nos recuerda: «Convertíos y creed en el Evangelio». Comienza el camino hacia la Pascua que debe ser de penitencia y conversión. Hacer penitencia no es una expresión muy de moda, y todavía lo es menos llevarla a la práctica con acciones concretas de nuestra vida. Nos han entrado fuertemente las categorías y los modelos culturales de un mundo que rechaza todo aquello que pueda parecer que va contra la persona y su libertad. Nadie se muestra muy dispuesto a aceptar que hace acciones mal hechas, ni tampoco intentar cambiarlas, y aún menos -¡parece como una locura!- creer que con nuestras acciones mal hechas hemos ofendido a Dios, hemos sido desagradecidos con su amor. Aceptar que hemos pecado, no se lleva mucho en los ambientes de jóvenes ni de mayores… Y en cambio, cuando reconocemos que somos pecadores, nos volvemos más libres y crecemos como personas y como hijos de Dios. Y es que realmente hacemos cosas mal hechas y ofendemos a los otros; cooperando al mal del mundo y, por encima de todo, ofendemos Dios y somos unos grandes desagradecidos con el inmenso Amor que Él nos tiene. Necesitamos cambiar, convertirnos, abrirnos a la nueva manera de ver las cosas, desde Cristo, bajo la guía de su Espíritu.
Los cuarenta días de la Cuaresma que empezaremos son también días de penitencia, para tomar conciencia del propio pecado y poder pedir perdón. Dejémonos interpelar por la Palabra de Dios que nos acusa como si fuéramos todos hermanos y colaboradores del asesino Caín (¡y lo somos!), y que nos lanza la pregunta punzante: «¿Qué has hecho de tu hermano?» (Gn 4,9-10). Dios nos quiere más responsables de nuestros actos y de nuestras omisiones culpables. Por ello nos propone que hagamos penitencia. Dejemos que la Iglesia, que es Madre misericordiosa y solícita, nos imponga la ceniza sobre la cabeza, porque nos damos cuenta de forma sensible que «somos polvo y al polvo volveremos», que muchas cosas pasan, no son tan importantes y que «sólo Dios basta», como decía Sta. Teresa de Jesús.
Un gran Padre de la Iglesia de Oriente, St. Juan Crisóstomo (ca.347-407), Patriarca de Constantinopla, cuando es reclamado sobre los caminos de la penitencia propone cinco de muy eficaces:
Primero hay que confesar propios pecados. Si uno no es lo suficientemente sincero con Dios y consigo mismo, y se disimula el alcance del mal que hay en él, éste no cambiará nunca, porque no deja que la luz entre en su interior.
Hay otro nada inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas recibidas de nuestros enemigos. Si dominamos la ira, si olvidamos las faltas de quienes nos rodean, atraeremos el perdón del Padre sobre nuestra vida mal hecha.
¿Quieres conocer un tercer camino de cambio y de mejora? Es la oración ferviente y confiada, que brota de un corazón que ama a Dios y lo busca con perseverancia.
También tiene un poder muy grande, la limosna, con su nombre más actual, que es la solidaridad comprometida. Si compartes lo que tienes, si eres solidario con los que sufren, encontrarás perdón y cambiará tu tiniebla en luz.
Y finalmente, el gran predicador propone un quinto camino, que es la humildad. Si somos humildes y nos hacemos pequeños y confiados, atraemos la misericordia del Padre del cielo, que nos puede llenar con su gracia y nos quiere hacer llegar donde nosotros solos, con nuestras propias fuerzas, nunca habríamos podido arrribar.
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