El Domingo de Pasión, o de Ramos, nos introduce en la gran Semana Santa de los cristianos. Entremos siguiendo a nuestro Rey, que vence en la Cruz; entremos con coraje, humildemente, con anhelo de ser salvados y de aprender nuevamente la gran lección del Amor más grande, el que da la vida. Jesús dijo «Venid a Mí todos los que estáis cansados… Aprended de Mí, sed mis discípulos, que soy manso y humilde de corazón… ¡Mi yugo es llevadero y mi carga ligera!» (Mt 11,28ss.). Nos ha mirado con compasión y nos ha elegido discípulos suyos, «evangelizadores con espíritu» (cf. Evangelii Gaudium, cap. 5. o ).
«Hosanna a Jesucristo», exclamamos los seguidores de Cristo este domingo que abre la gran semana de los cristianos. Era y es una plegaria de súplica y un grito de alabanza a Dios. Lo decían los niños de los hebreos y lo continuamos haciendo nosotros: suplicamos y alabamos, mientras vamos en procesión con hojas de palma y ramos de olivo. Alabemos al Rey de los mártires, el que se entrega en rescate de todos los hombres y mujeres del mundo.
Hoy Jesús nos dice: «Ven conmigo, sígueme hasta dar tu vida como Yo, ama sin reservas, absolutamente; mi Padre no te abandonará nunca, aunque te llegue una gran cruz como la mía… No tengas miedo de las cruces que encontrarás. Yo he vencido. Después de Mí, quien muera con fe y confianza, vivirá; quien ame, no caerá en el olvido; quien pida perdón, será siempre escuchado… y obtendrá misericordia». Así nos atrae Jesús en estos días Santos de la Semana que inauguramos con el júbilo de los niños que aclaman con sencillez a su Salvador. Digámosle también nosotros, sin vergüenza, en las calles: «¡Hosanna, Señor! Gracias por tu muerte redentora. Acuérdate de nosotros, sálvanos y danos vida eterna.»
La Semana Santa nos aporta un contacto mayor con la familia, la visita a nuestros pueblos y que podamos disfrutar de la primavera después del largo invierno. Que no deje de tener también un sentido profundo, reflexivo y contemplativo. Cristo nos sale nuevamente al encuentro con su Pasión, que hoy leemos entera según San Marcos, y con la memoria sacramental de su Muerte y Resurrección. Se hace suyos todos nuestros sufrimientos, y los llena de luz y de sentido: sufrir con amor es vencer; e ir dando la propia vida por amor es reinar, es vivir de verdad.
Tal vez estas verdades chocan con la manera de ver las cosas que muchos tienen, ahogados en una nueva mentalidad pagana, en la cual cuentan poco las personas y mucho, en cambio, el tener y el individualismo. Que nos haga reaccionar. No podemos abandonarnos a una vida sin fe, sin prestar atención a Dios ni al prójimo. Este Domingo de Ramos y de Pasión, y los días santos de Jueves y de Viernes, con el silencioso Sábado Santo, el Señor nos quiere atraer, de nuevo, hacia una gran lección: la de su amor hasta el extremo. Una lección que sólo se aprende y se va entendiendo en la medida en qué se va practicando. Y todo queda recogido y ofrecido en la Eucaristía, sacramento de la Pascua.
Sin Dios nada valemos, nada podemos hacer. ¡Santa Semana, y que nos sea culminación de la Cuaresma y vivencia de la Pascua!
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