Apoyemos las misiones y los misioneros

Octubre es el mes misionero por excelencia y este año estamos celebrando los 150 años del nacimiento de la Patrona de las misiones: Sta. Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, así como los 25 años de su proclamación como Doctora de la Iglesia. Ella fue una humilde y sencilla monja del Carmelo de Lisieux (Normandía), nacida en Alençon el 2 de enero de 1873, y que murió en Lisieux el 30 de septiembre de 1897, “la santa más grande de los tiempos modernos”, como la llamó el Papa S. Pío X. No se dedicó personalmente a las misiones y murió a los 24 años, pero tenía un gran deseo de ser misionera. En su lecho de muerte, decía: «Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra». Constantemente ofreció oraciones y sacrificios por las misiones, y se sintió muy unida a los misioneros que trabajaban en lugares lejanos y peligrosos. Fue “madrina” de dos sacerdotes, a los que escribía cartas regularmente. En su libro «Historia de un alma«, mostró su deseo de ser misionera y explicó cómo ofrecía sus sufrimientos por las misiones. También, a través de su espiritualidad del “caminito”, Teresa animó a los demás a hacer pequeñas cosas con gran amor, aunque no pudieran ir a las misiones en persona, y a confiar por completo en la misericordia de Dios. De esta manera, inspiró a muchos a hacer el bien en donde estuvieran, y a apoyar a los misioneros con oraciones y otros medios. El Papa Pío XI, que la beatificó y canonizó, también la declaró “Patrona de las Misiones” con S. Francisco Javier. Su deseo de hacer el bien en la tierra y su ejemplo de pequeñez y humildad, de abandono y de ofrecimiento al Amor Misericordioso, inspiran a misioneros y a otros muchos cristianos, a perseverar en la propia vocación y a apoyar a la obra de los misioneros en todo el mundo.

No es fácil anunciar hoy el Evangelio a un mundo secularizado e indiferente a la fe. Es necesario que volvamos de nuevo al corazón mismo del Evangelio, y que cultivemos una actitud esperanzada ante la actual situación, superando los momentos marcados por el desánimo o el desconcierto. Dios ama al mundo, y por eso queremos amar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para servirles, ofreciéndoles lo mejor que tenemos, y lo único que les hará plenamente felices: el Evangelio de Jesús. Esto llevan a término los misioneros que especialmente en octubre recordamos con admiración. Lo hacen en los países que llamábamos “de misión”, y que actualmente estos países son también el nuestro, de vieja cristiandad pero necesitado de que le volvamos a predicar la persona de Jesús, y los valores perennes de su Evangelio de vida y de amor, de fraternidad y de dignidad, de adoración y obediencia al Padre de todos, y que da sentido a la existencia humana.

Amemos, oremos y ayudemos a nuestros misioneros que, diseminados por los cinco continentes, dan testimonio valiente del Evangelio y trabajan por las jóvenes Iglesias constituidas en los países del Tercer Mundo. Con la poderosa intercesión y ejemplo de Sta. Teresa del Niño Jesús, animémonos también nosotros a ser “misioneros” en nuestros países de antigua cristiandad, que ahora necesitan re-escuchar el Evangelio, con los signos que le acompañan, y ver el testimonio creíble de los discípulos, para poder volver a creer y formar parte activa de la Iglesia. Tengamos siempre un corazón disponible a la oración y al cariño por los misioneros y por las jóvenes Iglesias; ayudémosles en sus necesidades materiales, recordando el mandato de Jesús: “cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40).

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