Amemos a los ancianos y enfermos

En este mes de enero estamos conmemorando, con acción de gracias, el 175º. aniversario del nacimiento de Sta. Teresa de Jesús Jornet y Ibars, nacida en Aitona (Lleida) el 9 de enero de 1843 y que fundó en Barbastro las Hermanitas de los Ancianos Desamparados en 1872, para dar respuesta a los ancianos pobres o enfermos, que quedaban solos y sin amparo. Murió en Liria (València) el 26 de agosto de 1897, fue canonizada por Pablo VI. en 1974 y declarada patrona de la ancianidad. Su fiesta es el 26 de agosto. Fue una mujer fuerte e inteligente, maestra nacional en Argensola (Lleida) durante unos años, que tras probar la clausura, buscó una dimensión más activa de la caridad. Cooperó unos años en las escuelas fundadas por su tío, el beato P. Francisco Palau, carmelita exclaustrado, y luego se le abrió el camino del servicio y atención entregada a los ancianos, uniéndose a la fundación del canónigo D. Saturnino López Novoa. Y siempre vivió su gran entrega a los ancianos, muy feliz en esta dimensión activa de la caridad.

Necesitamos reencontrar el amor a la vejez y a los ancianos. Y dedicarles tiempo, energías, generosidad, sea dentro de la familia o, si no se puede, en las residencias que los acogen cuando están solos, enfermos o cuando tienen pocos recursos. El Papa Francisco nos anima a ello cuando afirma: «la sabiduría que tienen nuestros abuelos es la herencia que nosotros tenemos que recibir. Un pueblo que no custodia a los abuelos, un pueblo que no respeta a los abuelos, no tiene futuro, porque no tiene memoria, ha perdido la memoria».

Vivamos hacia los ancianos el amor agradecido y generoso. Es el estilo de las bienaventuranzas, palabras profundas de Jesús recogidas en aquel bellísimo prólogo que S. Mateo coloca al inicio del Sermón de la Montaña (Mt cc 5-6-7) y que describen una felicidad nueva, llena de alegría y de paz. Las bienaventuranzas son como el compendio de la ley nueva del cristiano, que llevado por el Espíritu Santo, las intenta vivir y cumplir para ser fiel a Jesucristo y ser «perfecto como el Padre celestial es perfecto» (Mt 5,48).

Me han hecho llegar un texto sugerente con unas bienaventuranzas del anciano o del enfermo, que nos pueden hacer bien a todos. Dice el mismo anciano o enfermo:

Felices los que me miran con simpatía y me saludan.

Felices los que comprenden mi caminar lento y mis achaques.

Felices los que estrechan con cariño mis manos temblorosas.

Felices los que me dan conversación y se interesan por mis cosas.

Felices los que escuchan las cosas importantes para mí, de mi historia.

Felices los que no se cansan de escuchar las cosas que a menudo tanto repito.

Felices los que aguantan mis urgencias o impertinencias.

Felices los que me regalan parte de su tiempo.

Felices los que me hacen compañía en mi soledad.

Felices los que me acompañan en un breve paseo o me hacen pequeños servicios.

Felices los que me comunican cosas alegres y llenas de vida.

Felices los que no dejan que me desespere ni me desanime.

Felices los que me ayudan a rezar o rezan por mí.

Felices los que me hacen sentir miembro vivo de la comunidad parroquial.

Felices los que me ayudarán a bien morir… cuando entre en la vida eterna, ¡me acordaré de todos ellos ante el Señor!

Seguro que esta felicidad Sta. Teresa Jornet la vivió ejemplarmente.

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