Amar a la Iglesia de Cristo

La reciente Visita ad limina de los obispos de Cataluña ha sido una bella experiencia de comunión con el Sucesor de Pedro, el Papa Francisco, y los organismos de la Santa Sede que colaboran con él en el gobierno de la Iglesia universal. Tener un largo diálogo con el Papa y celebrar la Eucaristía en las basílicas edificadas sobre los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo, ha significado afianzar los lazos de amor a la Iglesia y a la humanidad, a la vez que renovar el compromiso de servirlos como obispo, fortalecer la comunión y la unidad eclesiales, y trabajar por establecer el Reino de Dios.

En los diálogos con el Papa y sus colaboradores de la Curia se me hizo más firme la convicción de que vivimos tiempos de nueva evangelización, que hay que salir sin cansarnos a anunciar a Jesucristo y a sembrar el Evangelio de la paz, del amor y de la justicia a los hombres y mujeres de hoy, nuestros contemporáneos. Hay problemas y pecados antiguos y nuevos, ciertamente, y ataques y desconfianzas nuevas en contra, pero también tenemos nuevas oportunidades, y hay tantísimo bien en la Iglesia. Sobre todo, no debemos olvidar que la gracia de Dios actúa, y es más fuerte que el pecado y el fracaso. No podemos escatimar esfuerzos ni excusarnos en lamentaciones paralizadoras. Cristo guía y ama a su Iglesia, que es su Cuerpo, y la protege y enriquece constantemente con el Espíritu Santo. La humanidad necesita la fe y la esperanza de Jesús, y hemos sido enviados a anunciar, celebrar y vivir el gozo de la fe y el amor. Es una vocación preciosa y no podemos desfallecer.

Ya hace tiempo que sufrimos un constante bombardeo de noticias negativas, que minan la confianza en la Iglesia y en sus ministros e instituciones. Nada nos viene de nuevo. Nuestro Señor ya nos lo predijo. Aprovechemos las críticas y no caigamos en el victimismo; busquemos entender lo que hemos hecho mal, para convertirnos e intentar enmendarlo para el presente y el futuro. Humillémonos y hagamos penitencia por los pecados de los cristianos, pero también combatamos con las armas de la verdad y la misericordia. S. Pablo recomienda: “Manteneos firmes en la tribulación… bendecid a los que os persiguen… a nadie devolváis mal por mal; procurad lo bueno ante toda la gente… No te dejes vencer por el mal; antes bien vence al mal con el bien” (Rm 12,12ss).

Perseveremos en los compromisos tomados y vivamos la fe con agradecimiento. Para vivir unidos a Cristo, no podemos distanciarnos de la Iglesia, o mantenernos fuera de la comunidad concreta y real de los creyentes, por mucho que cueste o que en algún momento sólo se destaquen límites o pecados. Cristo es inseparable de la Iglesia. Ya lo decía S. Pablo VI en 1975 (Ev. nunt. n. 16): “Es conveniente recordar esto en un momento como el actual, en que no sin dolor podemos encontrar personas, que queremos juzgar bien intencionadas pero que en realidad están desorientadas en su espíritu, las cuales van repitiendo que su aspiración es amar a Cristo pero sin la Iglesia, escuchar a Cristo pero no a la Iglesia, estar en Cristo pero al margen de la Iglesia. Lo absurdo de esta dicotomía se muestra con toda claridad en estas palabras del Evangelio: ‘el que a vosotros desecha, a mí me desecha’ (Lc 10,16). ¿Cómo va a ser posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia, siendo así que el más hermoso testimonio dado en favor de Cristo es el de S Pablo: ‘Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella’ (Ef 5,25)?”.

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