La fiesta de la Virgen de la Merced, o, como también se llamaba, del Remedio y de Gracia en nuestras necesidades, redentora de cautivos, que mañana día 24 celebramos con alegría, nos ayuda a redescubrir los grandes ideales cristianos en estos días de reinicio del nuevo curso pastoral. Necesitamos que la Madre del cielo inspire nuestra vida para ponerla totalmente al servicio de los demás, y que su inspiración nos adentre en todas las dimensiones de la virtud de la caridad. «Ella es maestra de consagración a Dios y al pueblo, en la disponibilidad y el servicio, en la humildad y la sencillez de una vida oculta, totalmente entregada a Dios, en el silencio y en la oración», escribe el Papa Francisco a los Mercedarios (2017).
El «descenso» de la Virgen a Barcelona hace 800 años, para inspirar un ideal de redención a los cristianos del siglo XIII, es fuente de nuestra alegría y de nuestro consuelo. San Pedro Nolasco, un laico que cambia el comercio por la preocupación por los hermanos duramente encarcelados por los turcos y que podían perder su fe, es quien inicia propiamente la nueva Orden religiosa, la Orden de la Merced, ayudado por el obispo de Barcelona Berenguer de Palou y el Capítulo de Canónigos, y por el dominico S. Ramon de Penyafort, con el mismo rey de Cataluña y Aragón Jaime I, que les presta toda su protección. La Virgen María les inspiró una vivencia real y concreta de las palabras de Cristo: «Estaba en la cárcel y me visitasteis«, donde revela que sólo el amor hacia los más pequeños será el que llegue hasta el mismo Hijo de Dios: «A Mi me los hicisteis» (Mt 25,36.40) ¡El amor no pasa nunca!
El «ideal de la Merced» que María impulsa consiste en redimir cautivos no con las armas sino con el amor, la oración, las limosnas, la negociación y, si conviene, ofreciéndose uno mismo a cambio de la libertad de los encarcelados. Paz y diálogo, convicciones propias y acercamiento a los enemigos, respeto por la libertad religiosa y búsqueda de la transformación del otro, del que nos oprime o del que ha delinquido. Debemos saber traducir este ideal con nuevas y concretas acciones pastorales.
Es bueno que estos días, con todos los que colaboran en la pastoral penitenciaria, le presentemos a nuestros hermanos afligidos por la privación de libertad en todo el mundo. La prisión siempre es un castigo muy duro para ellos y sus familias. María es la Madre pobre del Magníficat, que sabe qué es vivir en el desarraigo, no encontrar casa, ser rechazada, vivir refugiada en Egipto, y tener que salir adelante con el alma en vilo. María conoce bien a los que ahora malviven en las cárceles, a sus familias -que sufren tanto-, y tiene gran piedad de ellos. María comprende bien el dolor de las víctimas y las inmensas consecuencias negativas que los delitos han originado. Pero seguro que, rompiendo aislamientos severos y rejas, dejará pasar a manos llenas y sin distinciones la gracia amorosa y curativa de su Hijo, y nos enseñará a tener para con todos entrañas de misericordia.
La Madre de la Merced acompañe a los funcionarios de prisiones, ilumine a los cuerpos legislativos de las naciones, e inspire a los gobernantes y los responsables de las instituciones penitenciarias para que legislen y actúen con humanidad y con prudencia, apuesten por alternativas menos dolorosas que la prisión, y no abdiquen del ideal de restauración personal y de reinserción social. Que podamos avanzar por el camino de la justicia restaurativa, para que finalmente, por el poder de Dios, el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza. ¡Santa María, Madre de la Merced, danos amor, coraje, misericordia y esperanza!
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