Acojamos a Cristo que entra en Jerusalén

Vivamos a fondo y con fe la Semana Santa y acojamos a Cristo que entra en Jerusalén, para redimir a toda la humanidad. Si entramos con Jesús, viviremos dos semanas muy decisivas para la vida de todo cristiano. La primera, que prepara e introduce a los tres días más santos de todo el año -el Triduo Pascual: viernes, sábado y domingo de Pascua-, y la segunda, que exulta por la celebración de la Pascua de Resurrección que vivimos durante toda una semana, como si fuera un solo día, y prolongamos durante cincuenta días, como una sola fiesta de inmensa alegría.

Acojamos a Cristo, blandiendo los ramos de la victoria del Señor, nuestro único Rey. Toda esta Semana haremos memoria creyente y agradecida del don de la Vida Nueva de Cristo. Por eso necesitamos hacernos humildes y sencillos, como los niños; tener los ojos y el corazón bien abiertos; y recibir al Señor en nuestra casa, acogiéndole como nuestro Salvador, con el compromiso de amarle y de obedecer todos sus mandamientos.

Acojamos a Cristo, haciéndole total confianza, porque a través del Obispo consagrará el Santo Crisma y los Santos Óleos el lunes santo, en la Catedral, -rodeado de todo el presbiterio diocesano que renueva valientemente sus promesas sacerdotales- y estos óleos llevarán y prolongarán la santificación pascual a todos los fieles, en todos los templos de la Diócesis, y a lo largo de todo el año.

Acojamos a Cristo que nos concede el perdón del Padre. En alguno de estos días, viviremos con mayor intensidad la celebración del perdón sacramental, reviviendo la tradición de que el Jueves Santo, el Obispo reconciliaba a los penitentes públicos y los volvía a acoger en la comunión eucarística. Por eso sigue siendo un mandamiento eclesial confesar los pecados mortales, al menos una vez al año, por Pascua.

Acojamos a Cristo y agradezcamos su donación tan grande y tan humilde en la Eucaristía, porque el Jueves, en el Cenáculo, Él hace que la Pascua sea permanente, cotidiana, y se convierta en “nuestro pan de cada día”. Y podremos ser llenados de la caridad de Cristo, que se abaja hasta lavar los pies, y llena nuestros corazones y nuestras acciones, del don del Espíritu Santo. Agradezcamos también el don de los ministros ordenados, servidores de todos los bautizados, que son presencia del Buen Pastor y del Siervo de Dios en medio de nosotros.

Acojamos a Cristo para revivir el Viernes su Pasión y Muerte en la cruz, y poder estar con María y el discípulo que Jesús amaba, al pie de la Cruz. Adoremos la Cruz que llena de sentido el sufrimiento y da esperanza, y rezaremos por todos.

Acojamos a Cristo porque el Sábado callaremos, confiaremos y oraremos en silencio, esperando que Dios no abandonará nunca a su Hijo y lo resucitará de entre los muertos, abriendo nuestra esperanza a la vida nueva de los resucitados.

Acojamos a Cristo que, como en un nuevo bautismo, nos hará renacer en la Vigilia Pascual y, el Domingo, gustaremos el Amor que todo lo vence, sin dejar de cantar el Aleluya, porque Cristo ha vencido, ha resucitado, y todo ha sido renovado.

¡Acojamos a Cristo que entra en Jerusalén, y vivamos cristianamente la Semana Santa!

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