Con el tercer escrito, se termina hoy la presentación del pontificado de Mons. Joan Martí que se iniciaba hace 50 años como Obispo de Urgell y Copríncipe de Andorra.
4. Fue un hombre de Estado. El Obispo de Urgell ejerce esta prerrogativa de ser Copríncipe de Andorra con el Presidente de la República Francesa. Fue una de las dimensiones más destacadas del pontificado de Mons. Joan Martí porque es muy única, ya que no existe otro Obispo -salvo el Papa- que tenga la obligación de acompañar un País, sirviéndolo como Jefe de Estado. Cuando tomó posesión como Copríncipe (17.3.1971) debía ejercer todos los poderes conjuntamente con el Copríncipe francés. No era fácil. Sirvió el Principado con inteligencia, prudencia y mucha generosidad, como un Copríncipe totalmente disponible y servicial, y se puede destacar que estuvo al frente del proceso constitucional con el Copríncipe francés, François Mitterrand, así como con el Consell General de les Valls y con las personas que intuyeron ese gran momento histórico, único, para el Principado de Andorra. Él, pues, pudo culminar la Constitución democrática Andorrana, y estaba orgulloso de la aprobación y la aceptación del pueblo andorrano en el referéndum del 14.3.1993. Su cargo de Copríncipe favoreció las relaciones con los Presidentes y Copríncipes Franceses, con el Rey de España, con los Presidentes de la Generalitat, así como los Presidentes del Gobierno de España. Con el proceso constitucional y la Constitución de 1993, Mons. Martí pasó a ser un Copríncipe constitucional, con poderes y responsabilidades muy definidas y más restringidas. Representa el Estado andorrano, arbitra y modera el funcionamiento de los poderes públicos y de las instituciones, y debe mantener los equilibrios y la neutralidad para con el juego político, promoviendo el bien del país y su digna presencia entre las naciones. Dejó 12 páginas escritas sobre cómo aprendió a hacer política: desde los clásicos hasta los últimos tratados, haciendo patente cómo se preparaba y ejercía sus responsabilidades a conciencia.
5. Fue un hombre bueno, sencillo, cariñoso, con alma alegre y amigo de los amigos. Fiel a la oración, a la misa y la lectura espiritual. Siempre cordial con todo el mundo. Preparaba con exigencia y rigor todas sus intervenciones, desde las más importantes a las más simples y sencillas. Amaba a los sacerdotes, los laicos, los religiosos y la gente de los pueblos. Conocía al detalle la geografía de la Diócesis. Ponía mucha ilusión, como un niño, en las cosas que tenía que hacer, proyectos, viajes, visitas, conferencias. Y trató de ser siempre justo en todas sus actuaciones.
El Señor quiso que muriera el 11 de octubre de 2009, en el momento en que juntos, en el hospital, en silencio, él ya agonizante, seguíamos, a través de la televisión, la ceremonia de canonización de San Francisco Coll y otros cuatro santos. Un momento intenso de comunión episcopal, ya que un Obispo es siempre un miembro del Colegio episcopal presidido por el Papa. Y con el Papa, nosotros dos unidos, solos en la habitación, seguíamos las letanías de los santos. Y el Señor escuchó nuestra oración, y los santos vinieron a buscarlo. La Iglesia cuando despide a un hijo difunto ruega diciendo: «Venid en su ayuda santos de Dios; salid a su encuentro, ángeles del Señor. Recibid su alma y presentadla ante el Altísimo». Y así ocurrió, en aquel 11 de octubre, día de la entrada en la Vida eterna del Arzobispo Joan.
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