Hoy día 31 de enero, en que se cumplen los 50 años de la ordenación episcopal de Mons. Joan Martí Alanis y el inicio de su ministerio, continúo la reflexión sobre su persona y su acción pastoral en medio de nosotros, con un fecundo pontificado:
3. Fue un hombre de Iglesia, que al llegar a Urgell con 43 años, sucedió al Administrador Apostólico Mons. Ramon Malla Call, obispo de Lleida y antiguo Vicario general de Urgell, quien después de la jubilación de Mons. Ramon Iglesias Navarri (que fue obispo entre 1942 y 1969) gobernaba la Diócesis. Mons. Martí erigió las nuevas instituciones de renovación mandadas por el Concilio Vaticano II, y la aplicó trabajando por una Iglesia misionera, misterio de comunión y pueblo de Dios; austera y servidora de los pobres; Iglesia comprometida con el ecumenismo; Iglesia defensora y promotora de la dignidad de la persona y de su libertad religiosa; Iglesia sin afán de poder sino servidora de todos. Una Iglesia que quiere aplicar la Doctrina social en todas las situaciones, también en la realidad social y política que entonces se vivía, respetando la autonomía de las realidades temporales. Él fue osado en algunos temas nuevos: formación del clero, vocaciones venidas de fuera, misión en mundo rural, turismo, reorganización económica diocesana y de las Parroquias, así como de las rectorías y de la acción social hacia las necesidades más grandes; sin olvidar el proceso de martirio de los sacerdotes diocesanos.
Como sacerdote joven muy trabajó en Tarragona en temas de Doctrina de la fe, de enseñanza y escuelas diocesanas. Y ya de obispo además del trabajo diocesano, cooperó lealmente con el arzobispo metropolitano Josep Pont y Gol y los demás Obispos de Cataluña, como el Cardenal Narcís Jubany, Mons. Josep M. Guix y el Arzobispo Ramon Torrella, especialmente en el Seminario Interdiocesano. La Santa Sede lo nombró Administrador Apostólico de Solsona (1975 -1977). Quería una Iglesia servidora, libre de ataduras con el poder político pero a la vez sensible y colaboradora en el servicio de comunión en Cataluña y en España, desde un catalanismo «activo y positivo». Fue coautor del célebre documento del episcopado catalán «Raíces cristianas de Cataluña». Fue también miembro del Comité Ejecutivo de la CEE y trabajó en Migraciones y Medios de Comunicación social, creando en la Diócesis Ràdio Principat, y las Revistas «Església d’Urgell» y «Urgellia». Participó en el Concilio Provincial Tarraconense (1995) y alertó sobre los progresismos, sin caer en manos de los conservadurismos. Gobernó con firmeza y clarividencia la Diócesis, con suavidad de formas, y defendió las lenguas minoritarias catalana y aranesa. Estaba muy al día teológica y culturalmente, y al final de su pontificado escribía artículos muy pensados e influyentes en los periódicos. No quiso hacer unas Memorias para no dejar mal personas o instituciones. Supo siempre guardar secretos.
Eligió un lema episcopal muy significativo, «La unidad en la caridad», y su escudo episcopal tenía tres rosas y una gavilla unida. Trabajó por una Iglesia unida en la comunión. Sufría cuando veía desunión. Y en Andorra quería un Principado unido, «Virtus, Unita, Fortior», un país hermanado. Plural, pero hermanado. Unido en la caridad, que es la virtud más excelente para el Obispo, la caridad pastoral, la entrega a todos, con preferencia a los enfermos, los niños y jóvenes, los ancianos, los más pobres.
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