La Pascua es la celebración central del año litúrgico cristiano. Se abre con la Vigilia pascual, la «madre de todas las vigilias», en la que la Iglesia vela junto a Cristo, esperando su gloriosa resurrección. Marca el paso de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, de la desesperación a la esperanza. Todos los cristianos la vivimos como la fiesta de las fiestas, el día sin ocaso, “el día en que ha actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Sal 117,24). Y este año con el gozo añadido de celebrar la Pascua todas las confesiones cristianas en este mismo domingo. Debemos abrirnos a la fe, al misterio, y recibir exultantes a Cristo el Señor, que Resucitado de entre los muertos abre el camino seguro y fecundo de la Esperanza.
«La esperanza no defrauda» (Rm 5,5). La esperanza es también el mensaje central del Jubileo, y debemos tomar conciencia de que somos peregrinos de esperanza que queremos un encuentro vivo y personal con Jesucristo, “puerta” de salvación, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como “nuestra esperanza”. Siempre “dispuestos a dar razón de nuestra esperanza” (1Pe 3,15).
La Pascua nos hace bendecir un fuego nuevo, y entrar siguiendo la luz del Cirio Pascual, que representa a Cristo resucitado, la luz del mundo, y que durante cincuenta días iluminará en las celebraciones. Seguimos detrás todo el pueblo con luces encendidas, como la luz que se nos dio el día del bautismo. Y cantamos el exultante Pregón pascual. Somos un pueblo que camina cantando y uniendo las manos, precedido por Cristo, la Luz de la vida eterna. Es después de que escuchemos la Palabra revelada, que culmina con el Evangelio de las apariciones del Resucitado, que siempre nos envía a la misión: “¡Id a Galilea, que allí le veréis!” (Mc 16,27), como queriendo decir, volved al principio, vivid como en Galilea, anunciando el Reino de Dios que en Cristo Resucitado se ha cumplido, aunque todavía no definitivamente. Mientras tanto, «esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva«, y somos pueblo de esperanza y pueblo de hermanos, servidores de los pobres que tenemos por divisa el mandamiento nuevo: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 15,12).
En el tiempo pascual, como en la Vigilia y el Día de Pascua, renovamos las promesas del Bautismo y la fe en el Dios Trinidad. Toda la comunidad renueva las promesas bautismales, la vocación de ser testigos de esperanza, y somos bendecidos con el agua de la fuente bautismal. Siempre las celebraciones de la Pascua culminan con la Eucaristía, en la que participamos del mismo Cuerpo y Sangre de Cristo muerto y resucitado, y podemos reconocerlo en la fracción del pan que nos recuerda las maravillas de Dios. Comiendo el Pan de Vida, somos como «divinizados», resucitados con Cristo para vivir una nueva vida, con esperanza y compromiso evangelizador.
La Pascua nos invita a renovar la fe y a recordar que, con Cristo resucitado, hemos vencido la muerte y el pecado. Somos libres y llamados a vivir como hijos de la luz, trayendo esperanza al mundo. ¡Somos testigos del Señor! La Iglesia proclama con alegría: «¡Cristo ha resucitado! ¡Realmente ha resucitado!»