El mensaje del Papa Francisco para la VIII Jornada Mundial de los Pobres que hoy se celebra, está centrado en la importancia de la oración de los pobres. Inspirándose en el libro del Eclesiástico (21,5), reflexiona sobre cómo la oración de los más vulnerables llega hasta Dios y subraya que esta oración es especialmente valiosa porque procede de quien sufre. En este año dedicado a la oración, y como preparación al Jubileo de 2025, el Papa anima a los creyentes a unirse en oración con los pobres y a escuchar su clamor. El mensaje resalta también que la preocupación por las necesidades materiales y espirituales de los pobres es esencial para la comunidad cristiana. Francisco lamenta la violencia y las injusticias que generen nuevas pobrezas, y pone de relieve que los cristianos debemos ser instrumentos de la solidaridad de Dios para la promoción de los pobres, sin descuidar su vida espiritual. La oración es auténtica cuando se traduce en actos concretos de caridad y apoyo en sus necesidades.
La oración de los pobres es vehículo de conexión con Dios, puesto que los más necesitados son testigos privilegiados de la fe. Es un acto de confianza que trasciende las dificultades materiales y se convierte en una expresión pura de fe y esperanza. Según el Papa, los pobres nos recuerdan la dimensión espiritual que con frecuencia se pierde en la vida moderna, centrada en las posesiones materiales. Esta oración de los más desfavorecidos es humilde pero sincera, y tiene un especial valor a los ojos de Dios. Ellos piden fuerza, paz y esperanza, y esto nos enseña que la oración no es sólo una petición de bienes tangibles, sino un camino para encontrar sentido, dignidad y cercanía con Dios. Esto requerirá un corazón humilde, que tenga la valentía de convertirse en mendigo. Un corazón dispuesto a reconocerse pobre y necesitado. El humilde no tiene nada de qué presumir y nada pretende, sabe que no puede contar consigo mismo, pero cree firmemente que puede apelar al amor misericordioso de Dios, frente al cual está como el hijo pródigo que vuelve a casa arrepentido para recibir el abrazo del padre (cf. Lc 15,11-24). La humildad genera la confianza de que Dios nunca nos abandonará ni dejará sin respuesta.
Escuchemos esta llamada de los pobres y, en consecuencia, actuemos con solidaridad. Esta oración nos anima a comprometernos en acciones concretas que mejoren su situación. Para un cristiano, la solidaridad con los pobres significa más que hacer simplemente una donación o ayudar puntualmente; es una llamada a vivir en comunión con quienes sufren. La solidaridad implica reconocer a los pobres como hermanos y hermanas, parte de la misma familia humana y, como dice el Evangelio, son los preferidos de Dios. Es necesario entender sus necesidades, compartir sus cargas y trabajar activamente para transformar las estructuras que perpetúan la vulnerabilidad. En la práctica, esta solidaridad se traduce en acciones concretas como dar tiempo, escuchar, ofrecer apoyo emocional y trabajar por la justicia social y la dignidad de cada persona. También incluye vivir con más sencillez y compartir más con quienes menos tienen. No sólo ayudar a los pobres, sino aprender de ellos y dejar que los valores evangélicos de compasión y de justicia guíen nuestro día a día, ya que “todo lo que hicisteis a cada uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hacíais” (Mt 25,40).