El próximo día 21, fiesta del apóstol San Mateo, Mons. Josep Lluís Serrano Pentinat recibirá la ordenación episcopal en nuestra Catedral de Sta. María de La Seu d’Urgell. Evento muy importante para la vida de nuestra Iglesia diocesana. Será coadjutor del Arzobispo, y unidos trabajaremos en nombre del mismo Jesús, el Buen Pastor. Ya estamos orando por él, y ahora, acercándose su ordenación episcopal debemos intensificar la intercesión y la acogida.
Todo obispo católico es un pastor para la comunidad diocesana. Es un sucesor de los apóstoles cuya misión es guiar, enseñar, santificar y gobernar la comunidad cristiana. Nos enseña la fe, transmitiéndola con toda fidelidad, con la predicación, la catequesis y la promoción de la doctrina de la Iglesia. También santifica a los fieles viviendo la oración que le une a Cristo y a través de los sacramentos, especialmente a través de la confirmación y la Eucaristía, ordenando a los ministros, y siendo el primer responsable de la administración de los sacramentos. Igualmente, gobierna y dirige la vida pastoral de la Diócesis, organizando las parroquias, los agentes pastorales y los recursos, tomando las decisiones más adecuadas y decidiendo las prioridades. Él debe ser vínculo de unidad y de comunión en la Diócesis y con la Iglesia universal. Inspirado por el Espíritu Santo, trabaja en comunión con el Papa y los demás obispos del mundo para mantener la unidad y la vitalidad de la Iglesia.
Si tenemos en cuenta el actual momento de la vida de la Iglesia, aparece la necesidad de que el obispo viva la sinodalidad, encarnando un estilo de servicio pastoral que promueva la participación, la escucha y la colaboración en la vida de la Iglesia. Esto implica caminar juntos como Pueblo de Dios, todos centrados en la comunión, la participación y la misión compartida. Un obispo sinodal debe estar abierto a escuchar a todos los miembros de su Diócesis, incluidos los laicos, los religiosos, los diáconos y sacerdotes, y especialmente aquellos que podrían ser menos atendidos. Esta escucha no es sólo formal, sino que busca comprender verdaderamente las preocupaciones, esperanzas y necesidades de la comunidad. Un obispo sinodal fomenta la participación activa de todos los miembros de la Iglesia en la toma de decisiones. Promueve estructuras y procesos que permitan a los fieles contribuir y participar, como los consejos presbiteral y pastoral, la visita pastoral y manteniendo consultas y reuniones comunitarias. Debe ser pastor humilde, reconociendo que él solo no tiene todas las respuestas y que la sabiduría del Espíritu Santo se manifiesta a través de todo el Pueblo de Dios. Debe ser cercano a la gente, accesible y dispuesto a acompañar a los fieles, viviendo la austeridad. Asimismo, la sinodalidad implica transparencia en la gestión y en la toma de decisiones, promoviendo siempre la unidad en la diversidad, buscando la armonía en lugar de la uniformidad, y haciendo que todo se oriente a la misión. Es necesario que anime a la comunidad a salir a evangelizar, llevando el mensaje del Evangelio a las periferias y a aquellos que se sienten fuera de la Iglesia. Buscando la voluntad de Dios a través de la oración, el diálogo y la reflexión en comunidad, y caminando junto a su pueblo. El obispo debe ser voz valiente del Evangelio y debe impulsar obras de caridad y justicia que muestren el amor de Cristo, sirviendo a los más pobres, atrayendo a todos hacia la fe, a través del testimonio de su servicio desinteresado y la ejemplaridad de su vida.
¡Pidámoslo para todos los obispos de la Iglesia, y especialmente en estos días para que estos dones le sean otorgados a nuestro Coadjutor Josep-Lluís!