Amadísimos niños y niñas, muy apreciados padres y familiares, fieles todos muy estimados en el Señor:
Vosotros sois ahora, queridos niños y niñas, los protagonistas, las personas más importantes de esta gran fiesta. Los cantos, las flores del altar, la alegría bien visible en los rostros de todos los asistentes, son un regalo para vosotros, especialmente.
Hace tiempo que suspirabais por este día tan grande y solemne, y os habéis preparado para él con una Catequesis apropiada. Os acompañamos las personas por vosotros más queridas, para que la alegría sea mayor. (Además de los familiares, se hallan presentes vuestros catequistas compartiendo vuestra felicidad), y toda la Parroquia os acompaña con emoción, orando por vosotros, devotamente. Estrenáis vestido; algunas personas os han hecho regales y después, tendréis un almuerzo de hermandad, para expresar la alegría y compartirla con mucha gente.
Pero, el acto más importante del día, es el que estamos celebrando. Todo lo demás sirve de adorno para resaltar la grandeza de esta celebración. En este acto hacemos realidad lo que nos ha contado San Pable en la carta a los Corin tios: celebramos la cena del Señor en la que, como aquella noche con los Apóstoles, Jesús, por mano y voz del sacerdote, se nos dará por entero. Oiréis: «Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo«. Y después: «Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre«.
Es un misterio que se vive por la fe, es decir, creyendo lo que Jesús nos ha dicho: que él, resucitado y vivo para siempre, está con nosotros, que no nos abandona, que se une con nosotros por este sacramento del pan y del vino, que cultiva nuestro corazón y nos hace crecer por dentro.
A Jesús le gusta que entendáis, que vale más vuestro corazón que vuestros vestidos nuevos; que es mejor la fe y el amor que los banquetes y las bebidas; que lo que os dará felicidad es la bondad que lleváis dentro y su amistad, más que todas las cosas exteriores que podríais conseguir y os encantan.
Hasta hace poco no podíais entender estas verdades. Ahora sí que podéis entender y amar a Jesús. Si de verdad lo entendéis así y le amáis, nunca dejaréis de vivir el gran amor que Jesús os ofrece. Al contrario, estaréis siempre a su vera recordándole, correspondiéndole con vuestro amor. Estaréis deseando recibirle todos los días. O al menos todos los domingos, en la comunión. Os interesaréis por conocerle mejor y aprenderéis a vivir en su amistad, en el secreto de vuestro corazón.
Si hoy experimentéis la presencia de Jesús en vosotros, nunca cambiaréis su amor por un juguete, por un deporte, por la pereza de hacer una cosa, por una rabieta; porque sabréis que el amor de Jesús da más felicidad que todas las otras cosas juntas.
Queridos padres: hoy es también un gran día para vosotros. La magnitud de este acontecimiento no la entenderéis con el criterio del mundo, ni valorando las cosas exteriormente, sino por la fe y escuchando lo mejor de vosotros mismos. La gran riqueza de las personas -niños o adultos- está en su interior. La sobre valoración de las cosas materiales y mundanas provoca la vanidad, dejando un lastre de frustración y mala conciencia. Por el contrario, estar atentos a nuestro interior y al de los demás, nos hace sentir verdaderos y realizados.
No dejéis de hacer vuestra tarea de educadores. Mirad con responsabilidad y respeto sagrado el interior de vuestros hijos, escuchando atentamente lo que os dicen y adivinando lo que sienten. Ellos son limpios y poseen la verdad, porque la verdad es limpia y sencilla como ellos. Los niños pueden conectar fácilmente con Dios y vosotros podéis ayudarles a hacerlo. Sois los primeros sacerdotes de vuestros hijos; es decir, los encargados de ponerles en relación con él. Si unos padres declinaran esta obligación, Dios podría suplirla por otros medios, pero ellos quedarían frustrados en su paternidad.
Que, al ser mayores, vuestros hijos puedan decir que aman y adoran al Dios de sus padres y puedan tomar por modelo los ejemplos y las virtudes que vosotros habéis vivido con naturalidad, en su presencia. Que nunca vuestros hijos puedan veros como indiferentes a Dios, como pasando de Dios; como personas que han puestos todas sus esperanzas en esta tierra y en los bienes que ella les puede ofrecer.
Amados fieles todos: El presente acto es un fuerte estímulo para nuestra fe y vida cristiana. Un día de entrañables recuerdos y de esperanzas renovadas. La madurez de los mayores y la ilusión de los jóvenes son los puntales donde estos niños y niñas apoyarán su fe. Alegraos muy especialmente los jóvenes que dais testimonio delante de la comunidad, de vuestra fe y de vuestra práctica cristiana.
Lecturas y Salmo:
Como en la Fiesta del Corpus Christi
Ciclo C