Sentir dolor por los pecados propios y de los hermanos cristianos y hacer penitencia no está de moda, y mucho menos llevarla a la práctica con acciones concretas de nuestra vida. Nos están colonizando los modelos culturales de un mundo que rechaza todo lo que pueda parecer que va contra la persona y su libertad. Nadie parece muy dispuesto a aceptar que realiza acciones mal hechas, ni tampoco intentar cambiarlas, y mucho menos –¡parece como una locura!- creer que con nuestras acciones mal hechas hemos ofendido a Dios, hemos sido desagradecidos con su Amor. Aceptar que hemos pecado, o que somos solidarios de los pecados de los demás, no se lleva demasiado… Y en cambio, la verdad es que cuando reconocemos que somos pecadores, nos hacemos más libres y crecemos como personas e hijos de Dios. Y nuestra penitencia aporta amor y bondad, sacrificio redentor, que ayuda y salva. Imitamos así al Siervo de Dios que “tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores” (Is 53,12).
Realmente todos hacemos cosas mal hechas y ofendemos a los demás; cooperamos en el mal del mundo y, por encima de todo, ofendemos a Dios y somos unos grandes desagradecidos con el inmenso Amor que Él nos tiene. Necesitamos cambiar, convertirnos, abrirnos a la nueva forma de ver las cosas, desde Cristo, bajo la guía de su Espíritu. Los días de la Cuaresma que iniciamos son también días de penitencia, para tomar conciencia del propio pecado y poder pedir perdón. Dejémonos interpelar por la Palabra de Dios que nos acusa como si fuéramos todos hermanos y colaboradores del asesino Caín (¡y lo somos!), y que nos lanza la pregunta desgarradora: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9). Dios nos quiere más responsables de nuestros actos y nuestras omisiones culpables. Quiere que sintamos vergüenza, que pidamos perdón y que reparemos en lo que podamos el mal obrado. Por eso hacemos penitencia e iniciamos la conversión cuaresmal dejando que la Iglesia misericordiosa y maternal nos imponga la ceniza sobre la cabeza, recordándonos las palabras de Jesús: “¡Conviértete y cree en el Evangelio!”.
El gran doctor la Iglesia, S. Juan Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla, cuando es reclamado sobre la penitencia, propone 5 caminos muy eficaces:
- Primero es necesario aceptar y confesar los propios pecados. Si uno no es suficientemente sincero con Dios y consigo mismo, y se disimula el alcance del mal que hay en él y en los hermanos, no cambiará nunca, porque no deja que la luz entre en su interior.
- En segundo lugar, reclama perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos. Si dominamos la ira, si olvidamos las ofensas de quienes nos rodean, atraeremos el perdón del Padre sobre nuestra vida mal hecha.
- Un tercer camino de cambio y de mejora es la oración ferviente y confiada, que brota de un corazón que ama a Dios y lo busca con perseverancia.
- También tiene un poder muy grande, la limosna, con su nombre más actual, que es la caridad solidaria. Si compartes lo que tienes, si eres solidario con quienes sufren, encontrarás perdón y cambiará tu tiniebla en luz.
- Por último propone el camino de la humildad. Si reconocemos nuestra impotencia, somos humildes y nos hacemos pequeños y confiados, atraemos la misericordia del Padre celestial, que nos puede llenar con su gracia y nos quiere hacer llegar allá donde nosotros solos, con nuestras propias fuerzas, nunca habríamos podido.