“No tinc por!”

«No tengo miedo» fue el clamor que encabezaba la manifestación tan masiva de repulsa de los atentados de Barcelona y Cambrils del 17 de agosto de 2017, este viernes hará un año. Clamor para condenar la violencia y apoyar a las víctimas, pero sobre todo fue un ofrecimiento de paz y de convivencia respetuosa para todos los ciudadanos, independientemente de sus convicciones religiosas o ideológicas. Los terroristas con frialdad y brutalidad amenazan nuestras personas, los monumentos y las iglesias; y no les hemos hecho nada. Hay que defenderse con nuestra convicción democrática fundamental, con la libertad religiosa para todos, con la serenidad llena de firmeza que aquellos días se vivió ejemplarmente en toda Cataluña. Queremos vivir en paz, queremos ser acogedores para con todo el mundo y no tenemos miedo de quienes nos lo quieren destruir. No lo conseguirán. Somos muchos más y estamos comprometidos en la paz y la reconciliación.

El Papa Francisco, los Obispos de Cataluña y de España, muchísimas personas que dejaron sus mensajes en la Rambla de Barcelona afirmábamos nuestro más profundo dolor por las víctimas que perdieron la vida en una acción tan inhumana y hacíamos llegar el apoyo y la proximidad a los numerosos heridos, a sus familias y a toda la sociedad, condenando una vez más la violencia ciega, que es una ofensa gravísima al Creador, y elevábamos nuestras oraciones a Dios para que nos ayudara a seguir trabajando con determinación por la paz, el diálogo y la concordia en todo el mundo. El terrorismo es una práctica intrínsecamente perversa, del todo incompatible con una visión moral de la vida, justa y razonable. No sólo vulnera gravemente el derecho a la vida y a la libertad, sino que manifiesta la más dura intolerancia y totalitarismo. El Papa Francisco en otra ocasión lo ha descrito como una «plaga», un flagelo a erradicar de la misma manera que las guerras.

Aquellos días de los atentados, y después también, nos reconciliamos con los Mossos y las fuerzas de seguridad, con bomberos, sanitarios, médicos y todo el que ofreció una mano para ayudar. Taxistas que no cobraban, gente que dio sangre, acogida gratis en los hoteles. En el fondo, toda la ciudad de Barcelona, ​​y toda Cataluña y toda España, con Europa y el mundo, se volcaron en ayudas y solidaridad, con pequeñas y grandes historias muy heroicas y dignas. Se cumplió así, una vez más, la calidad y la grandeza de la sociedad barcelonesa y catalana en momentos crueles de violencia gratuita e injusta.

El Santo Padre Francisco se refirió al dolor vivido aquellos días, diciendo que «Dios llora con nosotros y nos sorprende», y que «tenemos que ser personas de primavera», personas de esperanza. Se refería a la gran visión de la esperanza cristiana, porque los creyentes «tenemos un Padre que llora lágrimas de infinita piedad por sus hijos. Un Padre que sabe llorar, que llora con nosotros. Un Padre que nos espera para consolarnos, porque conoce nuestros sufrimientos y ha preparado para nosotros un futuro diferente. Esta es la gran visión de la esperanza cristiana». Después de lo vivido en Barcelona hace un año, de las diversas muestras masivas de oración como en la Sda. Familia y en Tarragona, y las expresiones de solidaridad y pésame desde lugares bien lejanos, debemos fortalecer las convicciones y reencontrar las razones para la fraternidad y la esperanza, que ahuyentan el miedo. Para que sea verdad que: «¡No tenemos miedo!».

{«image_intro»:»»,»float_intro»:»»,»image_intro_alt»:»»,»image_intro_caption»:»»,»image_fulltext»:»»,»float_fulltext»:»»,»image_fulltext_alt»:»»,»image_fulltext_caption»:»»}

Compartir