Las palabras luminosas de Jesús en la Pasión

Entremos con decisión en la Semana Santa con la celebración del Domingo de Ramos, aclamando a Cristo Rey, nuestro único Señor, que vence el mal y que nos atrae a seguirlo, viviendo como Él, y, sobre todo, amando como Él. Este es domingo de palmas y laureles, sí, porque Cristo no fracasó sino que venció en su martirio de crucifixión. Pero lo que conviene es que escuchemos y grabemos con atención el relato de su Pasión, sus palabras llenas de luz, porque ¡así y hasta este extremo, nos ha amado Dios!

En la cruz, Jesús oraba con las palabras del salmo 21, «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» y recogía en su corazón, todos los abandonos, las traiciones, los fracasos, los sufrimientos de la humanidad… y los hacía subir a su Padre, reclamando ayuda y piedad. En este grito del Crucificado, Dios abrió a Chiara Lubich, iniciadora del movimiento de los focolares, un acceso especialmente intenso a su misterio. En el abismo del sufrimiento del Dios hecho hombre se iluminan y toman sentido todos los sufrimientos humanos. Reciben luz de parte de Cristo. Y la unión profunda del Padre con el Hijo en el Espíritu Santo, que se revela y se da precisamente en aquel grito, se convierte en el modelo de la unidad entre los hombres. Penetrando en esta llaga interior de Jesús, Chiara empezó un camino espiritual del que nació el Movimiento de los Focolares, una nueva realidad eclesial que se difunde y se consolida, en todo el mundo, durante el siglo XX. Es la propuesta de vivir siempre el amor a Jesús abandonado. Y desde este amor, amar a todos.

A lo largo de esta semana estamos llamados a guardar y meditar las palabras de Jesús en la Pasión según San Lucas, que proclamamos este domingo de Ramos o de Pasión. Jesús en Getsemaní recomienda a sus apóstoles: «Orad para no caer en la tentación». Y luego un poco lejos, pudieran escuchar su oración a su Padre, Abba: «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». Velemos para no caer en la tentación de abandonar a Dios y vivir como si no existiera. Al contrario, busquemos siempre lo que Dios quiere, lo que le place, lo que Él haría.

También escuchamos lo que dice mirando a los que lo mataban: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Perdona y excusa. Perdona y olvida. Perdona y cura. Perdona y anima a salir adelante… ¡Cuánta grandeza en el amor de Jesús! «El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad».

Y al ladrón arrepentido, que inspirándose en la oración de los judíos (recuerda Israel…) se atreve a decirle: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Y Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso». ¿Qué más grande podía esperar? Compartía el suplicio del Señor, y compartiría -Él y sólo Él se lo podía asegurar- su Reino de felicidad y de paz.

Finalmente en lo que más insiste la Pasión según S. Lucas es que Jesús muere, orando con el salmo, y abandonándose a su Padre, Abba: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Confianza, palabra clave ante el misterio de nuestra existencia, ante el enigma de la muerte, ante el interrogante sobre el sentido de todo lo que ahora nos toca sufrir y vivir. Si confiamos en Él, también resucitaremos con Él. ¡A todos os deseo buenos días de celebraciones de la Semana Santa!

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