La gozosa fiesta de la Epifanía nos invita a encaminarnos, como los Magos, a la espléndida aventura de vivir la fe con alegría y dejando que la luz de la estrella de Jesús guíe siempre nuestros pasos, y nos lleve a comprometer la vida al servicio de ese Dios nacido pobre con los pobres. Esta revelación que Dios quiere salvar a la humanidad, y no sólo a unos pocos, sino a todos, es un estímulo para renovar nuestra confianza en el ser humano, a quien Jesús, el Hijo de Dios, asumiendo nuestra naturaleza, ha dado salvación y vida nueva. La Epifanía viene a llenar de luz y de esperanza nuestra historia humana que desemboca en la vida para siempre, y da dignidad a las personas. Por Jesús, toda persona, hombre o mujer, es hermano suyo, hermano del Hijo de Dios, y goza de una gran dignidad. De la Navidad y la Epifanía debe nacer el compromiso por un futuro mejor para todas las personas y los pueblos, un futuro de justicia y de libertad, de paz y de dignidad.
Hemos iniciado un Año Nuevo que nos ha de renovar. Hemos terminado un año y pasamos página al calendario. Tantas cosas que han ocurrido y que habremos vivido… de alegría y de problemas, de familia, de trabajo, de política, de frustraciones y de esperanzas, de alegrías y cruces, de difuntos que añoramos y de niños que estrenan la vida… Estamos invitados a ponerlo todo en manos de Dios, el año que se ha ido y el 2019 que ya está aquí, para que Jesús, Señor de la historia, tenga compasión de todos nosotros, de la humanidad entera. Todo cristiano es un intercesor. Encomendemos todo el mundo al Señor, para que perdone los pecados, cure las heridas, nos restaure y nos salve, y sobre todo nos conceda su gracia y su bendición para «recomenzar de nuevo», rehaciendo la alianza de amor con Dios , y acogiendo su Reino, que no deja nunca de venir y de crecer, aunque no nos demos cuenta.
¡Vivamos este nuevo año con abandono en las manos de Dios, humildad, acogida del don de Dios, acción de gracias, y espíritu de servicio que dure todo el año! La fecundidad de nuestra vida no consiste en acumular años, o en la productividad, sino en el hecho de servir, de trabajar con el Señor y para el Señor. «Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos, ya muramos, somos del Señor», decía St. Pablo (Rm 14,8). Esta es la fuente de nuestra alegría y de nuestra paz cristianas. Somos su pueblo, siempre seremos útiles a Dios, incluso cuando estemos aparentemente sin fuerzas para hacer tanto o igual como quizás hacíamos antes, o perplejos porque la realidad es difícil de comprender y abarcar.
A lo largo de todo el año, animémonos a darlo todo ya darnos del todo, sin condiciones, como los Magos, que se pusieron de prisa en camino y buscaron la luz y la verdad, a través de la naturaleza, de la Escritura y del pueblo de Dios. El Papa Francisco en Gaudete te Exultate cap. III, propone la caridad como centro de todo ya que el amor es el gran protocolo (Mateo cap. 25 y las Bienaventuranzas son como el ADN del cristiano), con las actitudes vitales que pueden contribuir a recorrer el camino de la santidad. Que su propuesta de «combate, vigilancia y discernimiento» con aguante, paciencia y mansedumbre, con alegría y sentido del humor, con audacia y fervor, y viviendo en comunidad y con oración constante, sean nuestro distintivo a lo largo de todo el año que hemos comenzado.
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