El 3 de junio se han cumplido 60 años desde que murió santamente en el Vaticano el Papa Juan XXIII. Es el día de su entrada en el cielo. Demos gracias a Dios por su santa vida y su obra espléndida en tantos campos de la vida de la Iglesia y de la humanidad. Y además de admirarlo, imitemos sus virtudes.
San Juan XXIII fue un profeta que alentó la esperanza de un mundo nuevo en el que reinase la justicia y la paz. Es el Papa de las grandes encíclicas “Mater et Magistra” y “Pacem in terris”, esta última escrita para todos los hombres y mujeres de buena voluntad, pocos meses antes de morir. Amado por los cristianos y por los no cristianos: fue “el Papa bueno”. Cuando fue elegido, tuvo un sueño: convocar el Concilio Vaticano II, que fuese un nuevo Pentecostés para acercar la Iglesia al mundo moderno. Él reclamaba el “aggiornamento” (la puesta al día) para la Iglesia, pidiendo que fuese “una fuente en el centro de la plaza del pueblo” y no un museo lleno de obras de arte. Desmontaba los argumentos de los profetas de la desesperación, con la confianza y la bondad.
Angelo Giuseppe Roncalli, hijo de una sencilla familia campesina de un pequeño pueblo, con una sólida formación intelectual, siempre conservó la sencillez y la sabiduría del campo; sobre todo, la sabiduría del corazón. Recordemos una anécdota del Papa Roncalli que nos sitúa en el camino de la renovación: “Salté de la barca y camino entre las olas. Llegará la noche, la tormenta y el miedo, pero no debemos retroceder. La Iglesia está llamada a salir al encuentro del mundo”.
Escribió un Decálogo de la serenidad muy provechoso, que nos continúa ayudando:
- Hoy solamente trataré de vivir exclusivamente este día, sin querer resolver de una vez el problema de mi vida.
- Hoy solamente pondré toda la atención en mi aspecto cortés por lo que respecta a mi conducta; no criticaré a nadie, y no querré mejorar o disciplinar a nadie, sino solamente a mí mismo.
- Hoy solamente seré feliz en la certeza que he sido creado para la felicidad, no sólo en el otro mundo, sino también en éste.
- Hoy solamente me adaptaré a las circunstancias y no querré que las circunstancias se adapten a mis deseos.
- Hoy solamente dedicaré diez minutos de mi tiempo a una buena lectura; recordando que, así como el alimento es necesario para la vida del cuerpo, así también la buena lectura es necesaria para la vida del alma.
- Hoy solamente haré una buena obra, y no se lo diré a nadie.
- Hoy solamente haré una cosa que me desagrade; y si me sintiese ofendido en mis sentimientos, procuraré que nadie se dé cuenta.
- Hoy solamente me haré un programa detallado; puede que no lo cumpla todo; sin embargo, lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión.
- Hoy solamente creeré con firmeza -aunque las circunstancias demuestren lo contrario- que la Providencia de Dios se ocupa de mí como si no hubiese nadie más en el mundo.
- Hoy solamente no tendré miedo. Sobre todo no tendré miedo de disfrutar de todo aquello que es bello y de creer en la bondad.
Se trata de decirlo y de vivirlo cada día.