Pascua no es sólo un tiempo litúrgico que celebra la Resurrección del Señor, sino que debe ser para cada cristiano una experiencia profunda de fe en Cristo Resucitado y de renovación espiritual, y por eso ya en la Vigilia Pascual se nos invitó a renovar nuestro bautismo. A través de la renovación de las promesas bautismales, estamos llamados a revivir y afianzar nuestro compromiso de fe con Dios y de adhesión a la comunidad cristiana. A lo largo de la cincuentena pascual tenemos la oportunidad de profundizar en la relación personal y amorosa con Cristo y asumir con responsabilidad la misión de ser luz en el mundo y testigos de la nueva vida del Resucitado, que todo debe transformarlo.
Renovar las promesas bautismales implica un compromiso con los valores cristianos y una voluntad firme de seguir el camino de Jesús. En este sentido, se trata de un momento de conversión, en el que cada creyente es invitado a revivir la gracia de su bautismo y a profundizar en su vocación cristiana. Este compromiso debe manifestarse en la vida cotidiana mediante la práctica de la caridad, la justicia y la solidaridad con los más necesitados, e implica una vida de oración y una participación activa en la comunidad cristiana, según la vocación recibida. En un mundo lleno de retos y dificultades, renovar el bautismo durante la Pascua se convierte en un recordatorio de la misión del cristiano de ser testigo de la luz de Cristo en medio del mundo y acoger la misión de ser transformadores de la sociedad en la que vivimos.
Vivir de acuerdo con el ejemplo y las enseñanzas de Cristo da alegría y esperanza. El bautismo fue el inicio de una relación personal con Jesús que durará hasta la eternidad. Se creó un vínculo inmortal con Él. Y nos hizo entrar a formar parte de la comunidad cristiana, como miembros vivos de la Iglesia. Esto reclama participar en la vida comunitaria, en las celebraciones, y en la comunión y apoyo mutuo entre hermanos en la fe. También significa rechazar el mal y no seguir las atracciones del pecado, esforzarse por hacer el bien y rechazar lo que nos aleja de Dios. Llevar una vida de fe, amor y humildad, viviendo según los ideales del Evangelio: amar a Dios y al prójimo, practicar la justicia, la paz, la misericordia y el perdón. Lleva a asumir la misión de anunciar el Evangelio con las palabras y, sobre todo, con las obras y el testimonio de vida. Nos pide alimentar la propia fe con la oración, la lectura de la Biblia y la participación en los sacramentos, la ayuda hacia los necesitados y compartir con todos la alegría de la fe.
Vivir el Bautismo es una llamada a la transformación constante, puesto que es un camino de conversión, una vida nueva arraigada en Cristo. Ser bautizado no es sólo haber recibido un sacramento, sino ser llamado a vivir como hijo de Dios, en comunión con Él y con los hermanos. Vivir el bautismo es llevar una existencia pascual, transformada por el amor de Cristo, comprometida con la humanidad, guiada por el Espíritu Santo, y en comunión constante con Dios y con los hermanos. Una existencia llena de alegría y esperanza, por más que tengamos tentaciones y desánimos. Es un sí diario a la vida nueva que nos ha sido dada gratuitamente, una llamada a testimoniar esta gracia con todo nuestro ser, y a vivir con caridad y servicio. Como recomienda S. Pablo: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (Col 3,1ss).