Regina coeli laetare

“Reina del cielo, alégrate, aleluya, porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya, ha resucitado según su palabra, aleluya. Ruega al Señor por nosotros, aleluya”. Este gozoso saludo a la Virgen María, propio del tiempo de Pascua, es un canto de alabanza a la Madre del Señor Resucitado que proclama en esencia la fe pascual y la devoción a nuestra mayor intercesora ante su Hijo. No se conoce el autor, pero ya se rezaba en el siglo XII y los frailes menores franciscanos la cantaban después de Completas ya en el siglo XIII. Es de autor desconocido, pero la tradición lo atribuye al Papa S. Gregorio Magno (540-604). Es una oración de aclamación especialmente adecuada para saludar y alabar a la Virgen María, unidos a su alegría porque su Hijo, valiente y sacrificado, ha resucitado después de pasar por la cruz y el sepulcro. La llamamos «Reina del cielo» porque ya la creemos asunta y reinando con su Hijo, debido a su Maternidad divina, ya que Ella mereció ser el instrumento elegido para que Jesús tomara nuestra carne humana y la salvara con su divinidad. Y hacemos un acto de fe en la Resurrección de Jesús de entre los muertos, pidiendo su intercesión poderosa por sus hijos e hijas.

Digámosla, cantémosla, con fe y acogiendo los sentimientos de alegría pura que la Inmaculada debió tener al ver a su Hijo resucitado. Porque, por más que los Evangelios no relaten ninguna aparición de Jesús resucitado a su Madre, la Virgen María, en la gran tradición de la Iglesia los cristianos han entendido que la primera que debió ser visitada por su Hijo, fue su Madre, que había permanecido fiel y silenciosa, esperanzada y atenta al pie de la cruz y acompañando a los apóstoles. Él la llenó de gracia y de bendición, la hizo Madre de la Iglesia naciente y estrella de la evangelización a la que enviaba a todos los discípulos.

El cristiano debe dejarse acompañar en su camino de fe por la Madre del Señor. Ella «se convirtió en el modelo de la Iglesia suplicante […] acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor» (Prefacio III de la B. Virgen María). En tiempos de pandemia y siempre, seamos agradecidos por este acompañamiento de la Madre de Cristo sobre cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestra Diócesis, la Iglesia universal, y toda la humanidad. Así encontraremos fuerza para vivir las angustias y tristezas, enfermedades y dolores inherentes a la debilidad humana, y Ella nos guiará, con mano protectora, hasta la alegría eterna. Tengamos presente que el «Regina coeli» termina con una bella oración que pide que, así como Dios ha llenado el mundo de alegría por la Resurrección de su Hijo, «por intercesión de su Madre, la Virgen María, lleguemos a los gozos eternos». 

Especialmente en este mes de mayo, visitemos espiritualmente a nuestra Madre celestial desde nuestros hogares, trabajos y desvelos de cada día. Ella protege nuestras vidas y las encamina hacia el amor más grande de su Hijo Jesús y hacia el amor a todos, sin acepción de personas. Nos es consuelo y esperanza, ya que «contribuyó a la salvación de los hombres con su fe y su obediencia libres. Pronunció su sí en nombre de toda la naturaleza humana, [también en nombre de cada uno de nosotros], y por su obediencia es la nueva Eva, Madre de los vivientes.» (Cf. Catecismo nº 511).

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