La economía y las finanzas han sido una preocupación constante en el Magisterio social de la Iglesia. Y es que, como enseña el “Compendio de Doctrina Social”, la economía tiene una finalidad, que no es ella misma, sino el desarrollo global y solidario de los seres humanos, que está en el corazón del Evangelio.
El Papa Francisco ha hablado mucho de economía, sobre todo en sus cartas Evangelii gaudium (EG), Laudato si’ (LS) y Fratelli tutti (FT). Siguiendo a sus predecesores, hace un juicio muy crítico de la economía actual. Considera inaceptable que, a pesar de todos los avances económicos, la mayoría de hombres y mujeres de nuestro tiempo, viven precariamente al día, con consecuencias funestas y la desigualdad es cada vez más patente. Denuncia las injusticias causadas por “un modelo económico basado en las ganancias que no duda en explotar, rechazar e incluso matar al hombre” (FT 22). El actual modelo de desarrollo tiene como resultado la degradación ambiental, porque “cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa frente a los intereses del mercado divinizado, convertido en regla absoluta” (EG 56).
Para el Papa Francisco, esto es consecuencia de una idolatría o fetichismo del dinero y de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados, que derivan en corrupción, evasión fiscal y consumismo exacerbado (cf. EG 56). Detrás del modelo económico actual se encuentran criterios erróneos, como el principio de la exclusiva maximización del beneficio, que ignora los costes sociales y medioambientales de su acción, y que no es capaz de satisfacer las necesidades de todos, así como la falsa idea del crecimiento infinito o ilimitado (cf. LS 106, 109). Por todo ello, Francisco pide una economía diferente, que dé vida y que no mate, que incluya sin excluir, que humanice y que cuide la creación. Todo esto reclama “cambiar el modelo de desarrollo” y “redefinir el progreso” (LS 194). Un modelo que sea fruto de la cultura de comunión, basado en la fraternidad y la equidad, que lleve a una economía saludable y un desarrollo sostenible.
Esta economía de comunión, fraternidad y equidad parte del principio del destino universal de todos los bienes de la tierra que Dios quiso al crear, dada la igual dignidad de todos los seres humanos, asegurando el acceso equitativo de todos los pueblos a los recursos naturales . Por eso, es necesario que la economía y las finanzas estén bien gobernadas políticamente, a través de autoridades democráticas, nacionales e internacionales (LS 175). También es fundamental preservar el trabajo digno para todos como vía para el desarrollo integral de la persona. Igualmente considerar la agricultura como la base de una sana economía y priorizar la solidaridad con los más pobres, exigencia fundamental para la realización efectiva del bien común.
Este modelo requiere un cambio en los estilos de vida que nos toca a todos, para vivir con mayor simplicidad, sobriedad y humildad, sin aferrarse obsesivamente a los propios privilegios. Ante el desconcierto de los apóstoles, al sentir la enseñanza de Jesús sobre la riqueza y las dificultades para entrar en el Reino, les dijo: «Es imposible para los hombres, pero Dios lo puede todo» (Mt 19,26).