Preparando la fiesta del Amor de Dios que viene a nosotros tenemos que aprender a hacerlo espiritualmente, está claro, pero también con compromiso de vida, con ayuno auténtico y solidario, que debe convertirse en amor concreto y comprometido hacia todos. En estos días, y especialmente en la solemnidad de la Navidad, estamos llamados a ser generosos con los que sufren. Cáritas con su colecta nos recuerda que nuestro compromiso mejora el mundo, y nos pide una ayuda concreta para los hermanos que pasan necesidad, para hacer más luminosa nuestra vida, tal como dice el profeta Isaías: «Comparte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien veas desnudo y no te desentiendas. Entonces surgirá tu luz como la aurora, enseguida se curarán tus heridas» (Is 58,7-8). El compromiso humaniza nuestra vida, y la hace semejante a la de Jesús que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos a todos.
Cáritas con su imaginativa campaña de Navidad «Todos tenemos un ángel», nos anima a convertirnos en «ángeles» (enviados) para las personas que esperan una mano, un estímulo de amor y de confianza. No podemos olvidar a los hermanos que pasan necesidad, y conviene ampliar esta «necesidad»: pobres, parados, discapacitados, enfermos, emigrantes, quienes prueban la amargura de la soledad… Ellos llaman a nuestras puertas, especialmente en la Navidad. Si queremos acoger auténticamente la salvación de Jesús, que nació pobre en Belén, debemos sacar las consecuencias, y ayudar a los que nos necesitan. Hagámoslo a través de Cáritas. Actualmente Cáritas diocesana y las Cáritas parroquiales han crecido de 230 a 302 voluntarios, que día a día y desde las parroquias, han podido ayudar durante este año a más de 845 personas. Cada una tiene un rostro, una historia, unas heridas para ser descubiertas y curadas. Cada uno de ellos es un hijo de Dios que merece ser amado por nosotros, como Dios lo ama. Las exclusiones que genera la sociedad actual son de tipo económico, de ciudadanía y de lazos sociales, y tenemos que proponernos vencerlas entre todos. San Pablo exhorta: «No te dejes vencer por el mal, antes bien vence al mal con el bien» (Rm 12,21).
Navidad es también un clamor por la justicia y la paz: «En la tierra Paz a los hombres que ama el Señor» (Lc 2,14), cantaban los ángeles. Se originan pobrezas inmensas con la falta de paz. No podemos olvidar las grandes causas de violencia y desórdenes en todo el mundo, especialmente en América Latina, con quien tantos vínculos tenemos en nuestra Diócesis. El Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) dijo el pasado 23 de noviembre que apoyaban «todas las iniciativas de diálogo por la paz que permitan reconstruir el dañado tejido social (en países como Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador, Haití, Nicaragua y Venezuela). Sólo con la amistad cívica y el compromiso solidario, en especial, con los más pobres y excluidos, podemos enfrontar esta crisis para avanzar hacia un futuro compartido más esperanzador». Se trata de «derrotar la inseguridad, la corrupción, la impunidad, la violencia y todas las semillas de muerte. La violencia no se combate con la violencia. Destruir nuestros países no es verdadera solución. Es hora de actuar como hermanos y no como enemigos». Ayudemos y oremos en estas fiestas por los excluidos, por la paz y la justicia en todo el mundo. El amor de Dios ha de engendrar el amor en nosotros; sólo así será auténticamente Navidad.
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