Los Catequistas de Urgel celebran el Jubileo y el Envío en Balaguer

Unos sesenta catequistas, provenientes de distintas parroquias de la Diócesis, se reunieron en el Santuario del Sant Crist de Balaguer, el sábado 18 de octubre, para celebrar el tradicional Encuentro de inicio de curso. Este año, con un significado muy especial: la celebración del Jubileo en uno de los templos jubilares de nuestra diócesis, como es el Santuario Basílica del Sant Crist de Balaguer. La reunión estuvo presidida por el Obispo de Urgell, Mons. Josep-Lluís Serrano, acompañado del Delegado diocesano, Mn. Jaume Mayoral, la Subdelegada, Sra. Mariví Castaño, y asistieron otros miembros de la Delegación de Catequesis, sacerdotes, seminaristas y catequistas.

A primera hora tuvo lugar la acogida y se ofreció a los asistentes un desayuno. Seguidamente, en la sala de conferencias de la Casa de Espiritualidad, Mons. Serrano dirigió unas palabras de bienvenida, seguido de la oración inicial centrada en la oración del Padre Nuestro y la presentación del ponente del Encuentro, que fue el propio Obispo. Mons. Josep-Lluís ofreció una charla titulada “¡Catequistas, buena noticia!—que se puede leer más abajo completa—. Después de un breve descanso, hubo tiempo para un diálogo en el que los catequistas pudieron preguntar, ofrecer y conversar entre ellos y con el Obispo sobre su disertación y otros asuntos relacionados con la catequesis en las parroquias diocesanas.

El mediodía estuvo marcado por la celebración del Jubileo, la Eucaristía y el Envío de los Catequistas. Los catequistas, acompañados por el Obispo, los presbíteros, diáconos y seminaristas, entraron al templo jubilar en procesión entonando el canto del Jubileo. Dentro del Santuario, se celebró la misa, que en la liturgia estaba dedicada a la fiesta del evangelista San Lucas. Mons. Josep-Lluís, en la homilía, habló de ser los catequistas “remendadores” a través de la propuesta del mensaje evangélico en la catequesis y promotores de una verdadera humanidad. Después se vivió el momento del Envío con el Credo rezado por todos los asistentes y la bendición solemne del Obispo. Antes de finalizar la Eucaristía, se entregó a cada catequista un ejemplar de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium. Con este texto, los catequistas pueden tener presente que son ellos quienes deben llevar la alegría del Evangelio a los niños, jóvenes y familias que acogen y acompañan en su misión catequética. La celebración terminó con la visita y veneración al camarín de la imagen del Santo Cristo.

La Jornada Diocesana se cerró con un almuerzo de confraternidad, donde se continuó compartiendo el sentido fraternal que estuvo presente durante toda la jornada, seguido del regreso a sus respectivas parroquias para continuar la labor catequética y difundir lo escuchado y vivido a lo largo de la mañana.

¡Catequistas, buena noticia! / Jubileo de los catequistas de Urgel / Mons. Josep-Lluís Serrano

Estimados sacerdotes, estimados catequistas,

En primer lugar, quiero expresar mi alegría y gratitud por este encuentro. Hoy, en el marco del Jubileo de los catequistas y al inicio de un nuevo curso pastoral, el Señor nos regala un tiempo de gracia. El Jubileo siempre es un tiempo de renovación interior: atravesar una “puerta santa” significa abrir el corazón para dejar pasar la misericordia de Dios y también para dejarnos enviar de nuevo.

Ustedes, catequistas, son testigos privilegiados de la fe. En sus manos, palabras y vida se hace presente aquel anuncio que transforma el corazón. Gracias por su entrega silenciosa, por las horas de preparación, por las sonrisas y por las vigilias. Gracias por ser sembradores de esperanza en las familias, en los niños, en los jóvenes y en los adultos.

Hoy quisiera que, a la luz de algunos documentos fundamentales de la Iglesia, renovemos juntos la admiración por nuestra vocación. Escucharemos la voz del Papa Francisco en su mensaje al Congreso Internacional de Catequesis; veremos la riqueza del Directorio para la Catequesis, especialmente el segundo capítulo; dejaremos que nos ilumine la exhortación Catechesi Tradendae de San Juan Pablo II; y acogeremos las orientaciones del Proyecto Global de Catequesis de la Tarraconense, que nos ofrece pistas muy concretas para nuestra realidad.

Más que una conferencia académica, esta será una invitación a dejarnos mirar por Cristo, a escuchar su voz que nos envía y a redescubrir la belleza de nuestra misión.

1. Ser catequista: más que un trabajo, una vocación

El Papa Francisco nos ofrece un punto de partida decisivo. En su discurso en el Congreso Internacional de Catequesis de 2013 subrayó una frase que merece ser grabada en nuestra memoria: “No se trata de hacer de catequista, sino de ser catequista toda la vida”.

Esto significa que la catequesis no es, ante todo, una tarea, un conjunto de clases o reuniones, sino una forma de ser que brota de una llamada. No somos simples transmisores de conocimientos religiosos, sino discípulos que testimonian un encuentro. El catequista es alguien que ha escuchado en lo más profundo de su corazón la voz del Señor que dice: “Ve y anuncia”.

Francisco describe tres rasgos de este “ser catequista”:

  1. Dejarse mirar por Jesús. Antes de hablar, el catequista es mirado, amado, transformado. Nuestra primera misión es permanecer en su presencia, como los sarmientos unidos a la vid (cf. Jn 15). Solo quien se sabe amado puede anunciar el amor. ¿Cuánto tiempo dedicamos a la oración silenciosa, a la adoración, a la lectura orante de la Palabra? Allí se forja la autoridad del testimonio.

  2. Vivir la catequesis como testigo. El anuncio cristiano no se impone; atrae. La Iglesia —dice Francisco— “no crece por proselitismo, sino por atracción”. Lo que convence no son los argumentos brillantes, sino la vida coherente, la alegría serena, la capacidad de amar. El catequista es “memoria viva de Dios” en medio del pueblo.

  3. Servir desde la gratuidad. Ser catequista es un don. Ninguno de nosotros lo ha ganado; todos hemos sido llamados. Por eso la catequesis se vive en clave de gratitud y humildad. Cuando el servicio se vuelve pesado, cuando las fuerzas flaquean, volvemos a la fuente: “Señor, gracias porque me confías tu Evangelio”.

Esta identidad vocacional nos invita a revisar nuestras motivaciones. Tal vez empezamos a servir porque alguien nos lo pidió, porque hacía falta en la parroquia o porque queríamos ayudar a nuestros hijos. Todo esto está bien, pero el Señor quiere llevarnos más allá: quiere nuestro corazón entero.

2. Tres movimientos para un corazón catequista

El Papa Francisco propone tres movimientos que definen la vida del catequista, como tres latidos que mantienen vivo nuestro corazón misionero:

a) Caminar desde Cristo
Todo comienza en Él. Francisco nos recuerda que el catequista no es un funcionario de la fe, sino un discípulo que permanece unido a Jesús.

El evangelio de Juan nos ofrece una imagen preciosa: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto” (Jn 15,5).

Permanecer significa cultivar una amistad viva: oración cotidiana, silencio, lectura de la Palabra, participación en la Eucaristía, reconciliación frecuente. Antes de preparar una clase o una reunión, dejemos que el Señor prepare nuestro corazón.

Preguntémonos:

  • ¿Dónde busco mi fuerza cuando me siento cansado?

  • ¿Qué espacio reservo para escuchar a Jesús antes de hablar de Él?

Este “caminar desde Cristo” es un dinamismo continuo: cada jornada pastoral comienza y termina en su presencia.

b) Salir al encuentro
Quien vive en Cristo no se cierra. La verdadera intimidad impulsa a la misión.

Francisco lo expresa así: “El amor de Cristo nos apremia” (cf. 2Co 5,14).

El catequista no espera sentado a que lleguen los niños o jóvenes; sale a buscar, se acerca, se interesa por las familias, por sus alegrías y sufrimientos. Salir también significa cambiar de mentalidad: no hacemos clases, acompañamos procesos de vida.

El primer anuncio no es una lección bien estructurada, sino el testimonio de una vida tocada por el Evangelio. Como recuerda el Directorio para la Catequesis: “No se empieza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con una Persona” (n. 68).

Cada catequista es, por tanto, mediador de este encuentro.

c) Ir a las periferias
El Papa insiste: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle antes que una Iglesia enferma por cerrarse”.

Las periferias no son solo lugares geográficos; también son periferias existenciales:

  • Niños y adolescentes que viven la fe con indiferencia.

  • Familias desestructuradas o heridas.

  • Jóvenes atrapados por la soledad digital.

  • Personas que buscan a Dios sin saberlo, en la cultura contemporánea.

El catequista está llamado a una creatividad pastoral: nuevos lenguajes, métodos participativos, sensibilidad hacia los que se sienten lejos. Ir a las periferias también significa arriesgar, aceptar que tal vez no obtengamos resultados inmediatos, pero confiando en que la semilla crecerá en el tiempo de Dios.

d) Resonancias para nuestro curso
Estimados amigos, estos tres movimientos —permanecer, salir, arriesgar— son una brújula para el nuevo curso. Podemos resumirlos en una frase: “De Cristo al mundo, del mundo a Cristo”.

Cada reunión de catequesis, cada encuentro con los padres, cada gesto de cercanía debe ser un puente que una estas dos orillas.

Preguntémonos en nuestros equipos:

  • ¿Qué espacios de oración personal y comunitaria necesitamos fortalecer?

  • ¿Qué iniciativas misioneras podemos emprender para salir a buscar a los alejados?

  • ¿Qué periferias concretas de nuestra parroquia esperan una palabra de esperanza?

El Jubileo que celebramos es la ocasión perfecta para revivir este dinamismo. Cristo nos llama a caminar desde Él, a salir con Él y a llegar con Él a los confines de nuestra sociedad.

3. La identidad de la catequesis

Después de contemplar nuestra vocación personal y los movimientos que dinamizan el corazón del catequista, necesitamos detenernos en qué es la catequesis misma, su naturaleza, finalidad y misión en la Iglesia.

El Directorio para la catequesis dedica todo su segundo capítulo a esta cuestión y nos ofrece claves muy valiosas para comprender nuestro servicio.

a) Un acto de naturaleza eclesial
El Directorio recuerda que la catequesis es, ante todo, un acto eclesial (n. 55). No es un proyecto privado ni una simple actividad educativa:

“La catequesis es un acto de naturaleza eclesial, nacido del mandato misionero del Señor, cuyo objetivo es hacer resonar continuamente en el corazón de cada persona el anuncio de su Pascua, para que su vida sea transformada” (n. 55).

Esto significa que cada vez que ofrecemos catequesis no actuamos en nombre propio, sino en nombre de la Iglesia. Somos portadores de una Palabra que nos precede y nos supera. Por ello, el catequista no es un francotirador ni un pedagogo solitario: es un enviado, insertado en una comunidad concreta. Nuestra autoridad no proviene de títulos académicos, sino de la comunión con la Iglesia y de la experiencia de fe que vivimos en ella.

b) Catequesis kerigmática: el corazón del anuncio
El Directorio subraya que la catequesis de hoy debe ser kerigmática (nn. 57-60).

El kerygma —el primer anuncio— no es solo el inicio de la fe, es su esencia permanente:

“La catequesis está llamada a ser, ante todo, un anuncio de la fe… Es fundamental que a través de ella cada persona descubra que vale la pena creer” (n. 57).

Esto supone que en cada encuentro catequético, más allá de los temas o del programa, el mensaje central debe resonar: Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte y está vivo a tu lado cada día.

Si la catequesis se convierte en una mera exposición de ideas, corre el riesgo de no tocar el corazón. Por ello se pide un estilo narrativo, afectivo y existencial, que hable de experiencias y no solo de conceptos; una pedagogía que proponga, no que imponga, que invite a la libertad y despierte alegría.

c) Inspiración catecumenal: un camino de iniciación
El Directorio también destaca la necesidad de una inspiración catecumenal (nn. 61-65).

El catecumenado de los primeros siglos era un proceso gradual, comunitario, litúrgico y mistagógico para quienes se preparaban al bautismo. Hoy, aunque muchas personas ya estén bautizadas, necesitamos recuperar este estilo para acompañar a quienes no han madurado en la fe o desean revivirla.

Los elementos de esta inspiración son muy sugerentes:

  • Carácter pascual: todo conduce al encuentro con Cristo muerto y resucitado.

  • Carácter iniciático: la catequesis introduce en la vida cristiana, no solo informa.

  • Carácter litúrgico y simbólico: la fe se celebra y se experimenta con los sentidos.

  • Carácter comunitario: el catequista no camina solo; la comunidad engendra la fe.

  • Carácter de conversión permanente: la fe es un proceso, no un momento puntual.

Con este estilo, la catequesis deja de ser una “clase” para convertirse en un itinerario de vida, una experiencia que integra Palabra, liturgia y caridad.

d) Finalidad última: comunión con Cristo
Toda esta riqueza apunta a un objetivo claro:

“El fin último de la catequesis es poner a alguien no solo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo” (Catechesi Tradendae 5, citado en el Directorio n. 75).

La catequesis busca conducir a cada persona a pensar, sentir y actuar como Cristo (cf. Fl 2,5). Implica toda la persona: mente, corazón, afectos y relaciones. No basta con conocer oraciones o doctrinas; se trata de dejar que Cristo viva en nosotros.

El Directorio insiste en que la catequesis debe formar discípulos misioneros, no simples creyentes pasivos. Educa para una fe adulta, capaz de discernir, comprometerse en la sociedad y testimoniar el Evangelio en la vida cotidiana.

e) Tareas fundamentales
Para lograr este objetivo, la catequesis desarrolla tareas interrelacionadas:

  • Conducir al conocimiento de la fe.

  • Iniciar en la celebración del Misterio.

  • Formar para la vida en Cristo.

  • Enseñar a orar.

  • Introducir en la vida comunitaria y en la misión.

Cada sesión debería incluir, aunque sea de manera sencilla, estos elementos: saber, celebrar, vivir, orar y compartir.

f) Preguntas para el discernimiento

  • ¿Nuestra catequesis anuncia de verdad a Cristo o se queda en actividades?

  • ¿Integramos la liturgia y los signos, o reducimos todo a explicaciones?

  • ¿Acompañamos procesos personales respetando los ritmos de cada uno?

Estas preguntas buscan encender la esperanza. El Señor nos llama a una catequesis que toque la vida, ilumine las sombras de nuestro tiempo y conduzca a la alegría de la fe.

4. Catechesi Tradendae: misión y actualidad

Tras contemplar la identidad de la catequesis según el Directorio, damos un paso más para escuchar a San Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica Catechesi Tradendae (1979). Aunque hayan pasado más de cuarenta años, sus palabras conservan frescura y actualidad, porque tocan lo esencial.

a) La urgencia de la catequesis (nn. 1-9)
El documento se abre con una convicción firme:

“La catequesis es una prioridad absoluta de la Iglesia” (cf. CT 1).

San Juan Pablo II observaba ya en su tiempo —y nosotros lo vivimos con más intensidad— un mundo marcado por la secularización, el pluralismo religioso y la búsqueda profunda de sentido. En este contexto, educar en la fe no es un lujo para algunos, sino una necesidad vital para la transmisión del Evangelio.

La catequesis es el medio privilegiado para que la Palabra de Dios se encarne en las nuevas generaciones. El Papa habla de un verdadero derecho de los bautizados a ser instruidos en la fe: cada persona que ha recibido el don del bautismo tiene el derecho —y la Iglesia el deber— de ser acompañada hasta alcanzar una fe adulta y consciente.

Esto nos recuerda que nuestro servicio no es un favor, sino una responsabilidad eclesial que custodia un tesoro: el anuncio de Cristo.

b) Fidelidad al mensaje
En los nn. 62-70, San Juan Pablo II insiste en una doble fidelidad que debe caracterizar toda catequesis:

  • Fidelidad a Dios y a su Palabra: la catequesis transmite un contenido que no nos pertenece. “No somos dueños del mensaje; somos servidores” (cf. CT 64). Nuestra creatividad nunca puede alterar el núcleo de la fe. La referencia constante al Catecismo de la Iglesia Católica, a la Sagrada Escritura y al Magisterio garantiza autenticidad.

  • Fidelidad a la persona y a la cultura: la catequesis debe adaptarse a los destinatarios. “La catequesis será tanto más eficaz cuanto más consiga respetar y penetrar las diversas culturas” (cf. CT 53, 63). Esto requiere un lenguaje cercano, ejemplos comprensibles y sensibilidad ante los problemas actuales: familia, ecología, mundo digital, migraciones, etc.

Este equilibrio —fidelidad al mensaje y adaptación al oyente— es un arte que requiere oración, estudio, discernimiento y amor.

c) Cristo, centro de todo
Para Juan Pablo II, el contenido de la catequesis no es un conjunto de doctrinas aisladas, sino una Persona viva:

“En definitiva, el contenido de la catequesis es una sola cosa: el Misterio de Cristo” (CT 5).

Esto cambia radicalmente nuestra forma de enseñar. No presentamos ideas abstractas, sino que guiamos hacia un encuentro. Cada tema —los sacramentos, los mandamientos, la oración— debe presentarse como un camino hacia Jesús, no como una lista de normas.

Cuando los niños aprenden a hacer la señal de la cruz, cuando un joven comprende el sentido de la confirmación, cuando un adulto redescubre la misericordia en la confesión, lo importante no es memorizar, sino encontrarse con el Señor que salva.

d) Pedagogía de la fe
Catechesi Tradendae dedica varias páginas a la pedagogía. La fe no se transmite solo con discursos; requiere métodos que integren cabeza, corazón y manos. El Papa anima a usar símbolos, cantos, gestos, recursos artísticos y, al mismo tiempo, considerar la experiencia vital de los catequizandos. Promueve la participación activa, el diálogo y la memoria orante de la Palabra, para que la catequesis sea una experiencia comunitaria y no una clase.

e) Actualidad de su mensaje
Aunque escrita hace décadas, Catechesi Tradendae anticipa desafíos que hoy se han acentuado:

  • La necesidad de familias evangelizadoras: los padres son los primeros catequistas.

  • La urgencia de una catequesis para jóvenes y adultos, no solo para niños.

  • La importancia de una catequesis permanente, que acompañe toda la vida.

Juan Pablo II soñaba con una catequesis valiente, alegre y misionera, capaz de dialogar con el mundo sin diluir la verdad. Su voz sigue invitándonos a mantener el fuego del primer amor, a ser testigos coherentes y a no avergonzarnos del Evangelio.

f) Preguntas para el camino

  • ¿Cuidamos en nuestras catequesis la fidelidad al mensaje y la creatividad en el lenguaje?

  • ¿Conducimos cada tema hacia el encuentro con Cristo o nos quedamos en explicaciones teóricas?

  • ¿Acompañamos a los adultos y familias o solo a los niños?

Estas preguntas pueden iluminar nuestras programaciones y ayudarnos a discernir prioridades para el curso que comienza.

5. El Proyecto global de catequesis de la Tarraconense

Tras recorrer las grandes orientaciones universales de la Iglesia, es importante aterrizar en nuestra realidad más cercana.

Los obispos de las diócesis catalanas, reunidos en la Conferencia Episcopal Tarraconense, nos han ofrecido el Proyecto global de catequesis como una brújula para nuestras parroquias. En los nn. 187-194 encontramos propuestas concretas que, lejos de ser teoría, son llamados muy claros para nuestra acción pastoral.

a) Una catequesis integral y permanente
El Proyecto afirma que la catequesis debe concebirse como un proceso integral, que acompañe a la persona en todas las etapas de su vida:

“La catequesis no puede limitarse a la infancia; debe ser permanente” (n. 187).

Esto significa que el itinerario de fe no termina con la Primera Comunión ni con la Confirmación. Se necesitan catequesis de adultos, grupos de formación para padres, itinerarios para jóvenes, espacios de acompañamiento en las distintas edades. La comunidad cristiana debe ser una escuela de discípulos donde nadie se sienta “graduado” en la fe.

b) Prioridad de la iniciación cristiana
Los obispos insisten en que la iniciación cristiana debe ser el corazón de toda acción catequética. No se trata solo de preparar para recibir sacramentos, sino de introducir en la vida nueva que brota del bautismo. Esto implica recuperar la unidad de los tres sacramentos —bautismo, confirmación y eucaristía— y ofrecer procesos que integren anuncio, celebración, vida comunitaria y compromiso social. La catequesis debe ser catecumenal: un camino gradual, mistagógico, con signos y etapas que permitan experimentar la belleza de la fe.

c) La comunidad como sujeto de la catequesis
Una de las aportaciones más valiosas del Proyecto Tarraconense es insistir en que la catequesis es misión de toda la comunidad. El catequista tiene un papel esencial, pero no puede ni debe trabajar en soledad.

“La comunidad cristiana entera es la primera responsable de la catequesis” (n. 190).

Esto implica que la parroquia, los movimientos, las familias, los equipos de liturgia y caridad se sientan responsables en la educación de la fe. Cada sacramento, cada celebración, cada actividad parroquial es una oportunidad para catequizar con la vida.

d) Acompañamiento y personalización
El Proyecto subraya la necesidad de acompañar procesos personales (n. 192). La catequesis no puede reducirse a un esquema uniforme. Cada persona tiene su historia, su ritmo, sus heridas y sus búsquedas. El catequista es llamado a ser compañero de camino, capaz de escuchar, discernir, orientar y animar. Esto exige formación, paciencia y profunda caridad pastoral.

e) Formación de los catequistas
Finalmente, los obispos señalan la importancia de la formación continua de los catequistas (n. 194). Para acompañar procesos tan ricos y complejos necesitamos preparación bíblica, teológica, pedagógica y espiritual sólida. Formarse no es un añadido opcional, sino un acto de fidelidad a la misión recibida.

f) Pistas para nuestro trabajo pastoral
Este Proyecto no es un documento para archivar, sino una hoja de ruta para parroquias y comunidades. Podemos preguntarnos juntos:

  • ¿Cómo cuidamos la catequesis de adultos y familias?

  • ¿Nuestros itinerarios para infancia y juventud tienen un estilo de iniciación cristiana o se limitan a preparación sacramental?

  • ¿Se siente implicada toda la comunidad, o la catequesis queda confinada a un grupo reducido?

  • ¿Tenemos un plan de formación permanente para los catequistas?

Responder estas preguntas puede convertirse en un auténtico plan de acción para el curso que comienza. Debemos recordar que la catequesis es vocación personal y tarea comunitaria, proceso de conversión y servicio misionero. El Proyecto Tarraconense nos invita a vivir este curso con la mirada puesta en una meta clara: crear comunidades que sean auténticas escuelas de fe, donde cada persona, en cualquier etapa de su vida, pueda encontrarse con Jesucristo vivo.

6. Conclusión

Estimados catequistas, hemos recorrido un camino que nos ha llevado desde la mirada personal de Cristo hasta las orientaciones concretas de nuestra Iglesia local.

Hemos escuchado al Papa Francisco invitándonos a ser catequistas y no solo a “hacer de catequistas”; hemos dejado que el Directorio para la catequesis nos recuerde que nuestra misión es un acto eclesial que conduce a la comunión con Cristo; hemos recibido de San Juan Pablo II, en Catechesi Tradendae, el llamado a la fidelidad y la creatividad; y finalmente, nuestros obispos nos han dado, en el Proyecto global de la Tarraconense, una hoja de ruta para que todo esto se haga vida en nuestras comunidades.

Podemos resumir todo lo escuchado en tres palabras que son también tres compromisos para este curso:

  • Permanecer. No podemos dar lo que no tenemos. Antes de hablar de Cristo, dejémonos mirar por Él cada día. Que no falte en nuestra agenda el tiempo de oración, de silencio, de Eucaristía. Allí se enciende el fuego que sostiene nuestra entrega.

  • Salir. El amor de Cristo nos impulsa a ir al encuentro de niños, jóvenes, familias, adultos… también de aquellos que no llaman a nuestra puerta. “Prefiero una Iglesia accidentada a una Iglesia enferma”, nos decía Francisco. No tengamos miedo de ser creativos, de probar caminos nuevos, de equivocarnos por amor.

  • Acompañar. La catequesis no es solo transmisión de contenidos, sino camino compartido. Acompañar procesos, escuchar historias, discernir juntos, sostener en la fe. El Proyecto Tarraconense nos recuerda que toda la comunidad es responsable de esta tarea.

Este es el horizonte que se abre ante nosotros al iniciar este curso y celebrar el Jubileo de los catequistas. El Jubileo no es solo un recuerdo; es un tiempo de gracia para dejar que el Señor renueve nuestra vocación y ensanche nuestro corazón.

Hoy Cristo vuelve a decirnos, como a los primeros discípulos:

“Id y haced discípulos” (Mt 28,19).

Y añade una promesa que sostiene nuestra esperanza:

“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

Gracias por vuestro servicio silencioso y fiel. Que este curso sea para todos un nuevo comienzo, una oportunidad para experimentar que la catequesis no es solo un deber, sino una de las aventuras más bellas que se pueden vivir en la Iglesia: acompañar a otros en el descubrimiento de que Jesús está vivo y camina con nosotros.

Continuemos caminando desde Cristo, hacia los hermanos, hasta las periferias. Él nos precede y nos acompaña siempre.

Quisiera concluir poniendo en manos del Señor vuestra tarea:

Señor Jesús,
Tú nos has llamado a ser catequistas, a dar testimonio de tu amor en medio del mundo.
Renueva hoy nuestra vocación,
enciende en nosotros la pasión por tu Evangelio,
fortalece nuestra fe para permanecer en Ti,
dános audacia para salir a las periferias
y ternura para acompañar a cada hermano.

María, Madre de la Iglesia,
camina con nosotros en este nuevo curso.

Amén.

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Adviento: caminemos hacia la humanidad
d’Amic e Amat
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Queridos diocesanos,
querida iglesia de Urgell,

Caminar es siempre un ejercicio en el que la persona puede reflexionar, conversar, prestar atención, mover su cuerpo y escuchar a su espíritu. En esta práctica tan saludable para el cuerpo y para el espíritu,
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