Queridos diocesanos,
querida iglesia de Urgell,
Hoy, en el ecuador del mes de agosto, nos reunimos en torno a la Madre de Dios: Ella, como buena Madre, nos congrega para celebrar su fiesta, la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo. Hoy, en nuestra celebración eucarística, la contemplamos, miramos su rostro cara a cara, y Ella nos da una gran lección: la simplicidad y la exigencia a través de su actitud. Una lección de exigencia: la Virgen María está entregada totalmente a Dios y a todos, Ella es Virgen por Dios, es Esposa de Dios, es Madre de Dios.
Una entrega total que se ofrece, toda su humanidad está entregada a toda la humanidad. Ella es la Madre de Dios y Madre nuestra.
La Virgen Madre es la mujer del respeto y de la amistad, el amor lo comparte, lo da, lo inmola, el misterio de la familia con San José. Una amistad que respeta nuestra libertad humana. Una exigencia simple, pura, totalmente para Dios y totalmente para toda la humanidad.
Y también una mujer sencilla, una joven del “sí” de Nazaret, del “sí” del Gólgota, Ella es una mujer unificada y que será unificadora, una mujer de unidad. Vive desde la simplicidad, la pureza y la exigencia.
A imagen de Dios, Ella es la unidad, lo contrario sería la confusión; la Virgen María es una mujer del sí y de la sencillez. Recorre un gran camino, toda su vida es una vida de fe, de esperanza y de caridad. Ella vive la espera de su pueblo, Ella lleva el cuerpo de Cristo glorificado al corazón de nuestras vidas.
Assumpta est Maria, un misterio de esperanza y un misterio de comunión. La cruz y la gloria de la virginidad, de la nupcialidad y la maternidad conducen a la Asunción de la Virgen María.
La última verdad de fe que el Papa Pío XII proclamó el primero de noviembre de 1950. La Madre de Dios había sido asunta, elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo. Habíamos terminado la Segunda Guerra Mundial, una gran cantidad de muertes innecesarias e injustas habían arrasado el continente europeo. Parecía como si las vidas de las personas, sus cuerpos, fuesen insignificantes y sin sentido.
Con este dogma de fe la Iglesia manifestaba la importancia del cuerpo, que es habitado por el alma y el espíritu. No podemos vivir maltratando los cuerpos de las personas y eliminando a los demás porque no son de mi estilo o interés.
Mientras que la guerra destruye, degrada y menosprecia a las personas y los pueblos, el cuerpo de la Virgen María fue glorificado, fue dignificado. El cuerpo de María fue elevado al cielo en virtud de su gracia, concebida sin pecado original.
Vivamos en nuestro cuerpo con la espera y la esperanza de la resurrección de la carne y la vida perdurable, y hagamos que nuestro cuerpo y nuestra alma se conviertan en lugares de simplicidad y de exigencia de una vida entregada, porque una vida entregada es una vida ganada.
Feliz solemnidad de la Asunción de la Virgen María, de Vuestro servidor,
✠ Josep-Lluís Serrano
Bisbe d’Urgell