Con este lema celebramos este año el domingo de la misión evangelizadora hacia los pueblos, dimensión fundamental de las Iglesias Diocesanas de todo el mundo que intentan obedecer el mandato del Señor, de anunciar la Buena Nueva del Evangelio a todos, a los pueblos donde todavía no se haya predicado o donde la presencia cristiana sea limitada y minoritaria. Todos están invitados a la fiesta del banquete, y los misioneros, como agentes activos de esta invitación, tienen un papel crucial en el mandato de testimoniar y compartir la fe, ofrecer ayuda y contribuir al desarrollo integral de los pueblos y comunidades donde sirven. El valor de la misión radica en la universalidad del mensaje cristiano, que busca llegar a todas las personas, sin importar su edad u origen étnico, cultural o social. La misión es una llamada a salir de la propia comodidad y confort para llegar a aquellos lugares donde la necesidad es más urgente y la luz del Evangelio puede iluminar vidas de forma inesperada y transformarlas hacia Dios y hacia el amor siempre más grande. Los misioneros, sacerdotes, religiosos y laicos, al asumir este compromiso, se convierten en embajadores de la fe, llevando no sólo la Palabra de Dios, sino también el amor, la compasión y la solidaridad, puesto que “si no se demuestra con las obras, la fe sola está muerta” (Sant 2,17). La presencia misionera en zonas marginadas o empobrecidas puede marcar la diferencia, ofreciendo esperanza y construyendo puentes entre culturas diversas.
En este domingo, con acción de gracias e intercesión, debemos agradecer todo lo que desde la Diócesis se ayuda a las Misiones. Colaborar económicamente con las misiones de la Iglesia Católica y con los misioneros es esencial para asegurar el fruto del trabajo en el campo del Señor. Las necesidades financieras de la misión ad gentes son diversas e incluyen financiación de proyectos de desarrollo comunitario, construcción de capillas y locales pastorales, de infraestructuras básicas, así como colaborar en la atención médica y la educación, entre otras áreas. Además, los fondos son cruciales para cubrir los costes de transporte y sostenimiento de los misioneros, permitiendo dedicarse plenamente a su labor sin penurias financieras que puedan distraerlos de su misión principal: dar a conocer a Cristo y ayudar a hacer nacer comunidades vivas, de verdaderos testigos de fe y de amor.
La colaboración económica con los misioneros no sólo es un acto de generosidad, sino también una manifestación concreta de solidaridad y apoyo hacia aquellos que han optado por dejar su casa para ir a servir a los demás. Este apoyo financiero proporciona los recursos necesarios para que los misioneros respondan a las necesidades locales, promoviendo un desarrollo sostenible y mejorando la calidad de vida de las personas a las que sirven. Además, la colaboración económica con la misión también fortalece el sentido de comunidad en nuestra propia Iglesia diocesana. Al participar en el apoyo a los misioneros, los fieles se convierten en copartícipes de la obra evangelizadora, sintiéndose conectados con aquellos que llevan el mensaje del Evangelio a lugares distantes. Este sentido de comunión y responsabilidad compartida refuerza la identidad cristiana y promueve la conciencia de la necesidad de trabajar juntos y en comunión, para difundir la fe y construir un mundo más justo y solidario. El valor de la dedicación de los misioneros es incalculable, puesto que representa el compromiso de la Iglesia con la universalidad del mensaje cristiano. Ellos, como instrumentos de esta misión, traen esperanza y amor a aquellos que más lo necesitan. Gracias a todos los que participan activamente en la construcción de un mundo más justo, solidario y permeable con los principios del Evangelio. ¡Que Dios os bendiga!