Amados hermanos:
Estamos en la noche del gran misterio, celebrando algo casi increíble. Conducidos por la certeza oscura de la fe, creemos, sin entenderlo, que Dios, en la persona del Hijo, ha venido a formar parte de la historia y la vida misma de la humanidad, y a llevarla consigo a la posesión de la vida verdadera desde ahora mismo, apuntando además a horizontes futuros de eternidad.
Ha sido el perfecto encuentro entre Dios y el hombre. El recién nacido en Belén participa de la naturaleza humana como cada uno de nosotros y, además, en él habita la plenitud de la Divinidad. Vino a ser hombre asumiendo plenamente nuestra condición, para que el hombre fuera capaz de conocer a Dios y de participar para siempre de su vida. En Jesús comenzó una situación nueva para el hombre: apareció el hombre nuevo capaz de vivir para Dios y para los demás, y se puso de manifiesto el amor de Dios que quiere salvar a todos los hombres. Por Jesús amaneció la luz en la noche de los tiempos y se inauguró la cátedra de la Palabra que salva.
Algunas personas fueron protagonistas y testigos del misterio de Belén después de una prolongada preparación activa: María, José, los pastores. Como ellos, nosotros, en esta Navidad, somos invitados a participar de tan soberano encuentro entre Dios y la humanidad, porque Jesús sigue haciéndose presente y encontradizo dondequiera que los hombres y mujeres del mundo le acojan con fe y esperanza. Cada uno de nosotros puede ser el habitáculo -la cueva- donde se produzca el deseado encuentro, donde seamos los sustitutos de los pastores e incluso de José y María.
No es suficiente que él venga a la cita. Es preciso que vayamos también nosotros, tal como somos, cargados con nuestras pobrezas para que él las pueda transformar. Esta noche todos venimos bien dispuestos, también aquellos que no frecuentan habitualmente la práctica religiosa, porque es un momento especial y nos brinda una buena ocasión para revisar nuestras actitudes con serenidad y paz, mirando al futuro de nuestras vidas que deseamos mejores, enriquecidas por la esperanza y el amor que Dios nos ofrece. A la luz de esta Navidad podemos aprender a mirar el mundo como Dios lo ve: como un proyecto único y solidario, destinado al éxito final de la salvación futura.
Esta noche podemos sentirnos implicados en la aventura de construir un mundo nuevo y mejor donde reine la justicia y desaparezcan la pobreza y la violencia. Un mundo donde tolos los hombres sean hermanos y, donde la paz que construiremos entre todos, sea la primicia y la garantía del cielo nuevo y la nueva tierra que nos prometen las Escrituras.
Cada vez que uno de nosotros se deja influir un poco más por la presencia de Jesús, la salvación de toda la humanidad es más posible y más cercana. El bien que habita en una sola persona se comunica misteriosamente a toda la humanidad y la enriquece en el proceso de la realización total.