Una nueva vida, un nuevo estilo

Queridos padres, padrinos, abuelos y demás parientes y amigos:

Lo primero, felicitaros. Estáis dando testimonio de vuestra fe al escoger para vuestro hijo/a el camino del Reino de Dios que nos vino a anunciar Jesús, proponiéndonos el Bautismo como rito de entrada en el mismo. Con ello apostáis por la paternidad plena: sois padres según la naturaleza y manifestáis quererlo ser también en la vida sobrenatural. Compartiréis con el Padre del cielo esta última paternidad, puesto que, después del Bautismo, vuestro/a hijo/a lo será también de Dios, plenamente, por adopción.

Con este acto manifestáis vuestra obediencia al mandato de Jesús: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado«.

¿Qué maravillas hace el Bautismo? Estaba profetizado en el libro de Ezequiel, que hemos escuchado. Mirad qué hermosura: «Derramaré sobre vosotros agua pura que os purificará (…), os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo (…).Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios«.

Todo ello se halla simbolizado en el derramamiento del agua sobre la cabeza del bautizado. Como el agua engendra vida, exuberancia, floración, frutos abundantes, salud, higiene, belleza y todos los bienes; así también, por el Bautismo, con el derramamiento del agua, somos injertados en las riquezas inefables de la vida divina y entramos de lleno en el plan salvífico de Dios.

El Señor nos acoge en su rebaño y cuida de nosotros, como hemos repetido en el salmo: «El señor es mi pastor, nada me falta«. El divino Pastor toma bajo su protección y cuidado al nuevo bautizado: «lo guía por sendero justo (…) aunque camine por cañadas oscuras» y su bondad habita en la casa del Señor por años sin término. Este es el proyecto amoroso de Dios para vuestro hijo/a. Mejores promesas no podéis esperar ni desear para el/ella.

Esta inmensa riqueza de vida sobrenatural, con todo, no es más que un comienzo, como semilla sembrada en tierra buena, el alma del bautizado: una semilla que está en hibernación, esperando que llegue el tiempo propicio para su desarrollo que, en este caso, será la llegada del uso de la razón. Dios ha puesto la tierra y la semilla y ha confiado a los padres y, en su defecto a los padrinos, el cuidado de la tierra y la simiente. Vosotros sois los hortelanos, los jardineros. En el jardín, en el huerto, el milagro lo hace la naturaleza, pero el amor del jardinero y sus cuidados exquisitos son la clave del éxito. Todos conocemos, al pasar a la vera de un jardín, cómo es el talante del jardinero: la tierra limpia, la humedad suficiente, las vallas protectoras. El cierre seguro y otros mil detalles nos dan el retrato del cuidador.

¿Cómo y cuándo cuidaréis el jardín espiritual de vuestro hijo o ahijado? Comencemos por el cuándo. Desde ahora mismo. El niño, desde el primer momento de su vida recoge en su memoria todas las actitudes, los gestos y las palabras que se producen a su alrededor. El captará perfectamente cuando os tratéis con respeto y con amor, cuando seáis acogedores con los demás, cuando os dirijáis al Ser invisible, pero importantísimo, en vuestras oraciones. Así es como él captará vuestro sentido de la trascendencia, vuestra religiosidad, vuestra vida espiritual. Así, en concreto, hacen ellos el aprendizaje de las cosas ordinarias de la vida. Así, por ejemplo, es como aprenderá a hablar: escuchando los sonidos de la voz y aprendiendo, por vuestras reacciones, el sentido de los mismos.

Pronto veréis como empieza a decir cosas y como sus palabras tienen sentido. El/ella hablará en castellano ciertamente, sin otra escuela que vuestras vidas y sin otros medios que su atención a lo que ocurre a su alrededor. Que así aprenda también a dirigirse a Dios, a confiar en él y a amarle.

¿Qué le deberéis enseñar? Lo hemos escuchado en el evangelio de San Mateo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser» y «Amarás a tu prójimo como a ti mismo«. Este es el aprendizaje primordial, indispensable, porque el amor compendia toda la ley, todo el mensaje cristiano; lo contiene todo. Enseñadle -viviéndolo en su presencia- el amor a Dios y a los semejantes y la manera de ponerlo en práctica y de manifestarlo. Este es el fundamento insustituible. Después vendrá la Catequesis y, sobre el fundamento que vosotros habréis puesto, aprenderá a ampliar sus conocimientos sobre la fe y los detalles de una rica relación con Dios y con los hombres.

Dichosos vosotros, si emprendéis con responsabilidad esta tarea, la única que podrá asegurar a vuestro hijo/a, una vida positiva y bella, capaz de producirle la felicidad que soñáis para él (ella), y capaz también de daros a vosotros el gozo de la vocación paterna llevada a buen término. Vuestra felicidad como pareja tiene una posibilidad solamente: el éxito en vuestra mutua relación, junto a la conciencia de una paternidad bien ejercida.

 

Lecturas:
  • Ex 36, 24 – 28
  • Sal 22, 1 – 3ª, 3b – 4.5.6
  • Mt 22, 35 -40