Hermanos en el señor:
Con la ceremonia litúrgica que estamos celebrando iniciamos la Cuaresma, los cuarenta días de preparación para la Pascua. Empezamos un tiempo litúrgico fuerte y especialmente hábil para nuestro crecimiento espiritual; con el inconveniente, no obstante, que al celebrarlo anualmente, nos cuesta evitar la sensación de rutina, de saludar de nuevo un tiempo muy conocido, un poco sombrío quizás, debido al trasfondo penitencial que no hemos sabido motivar positivamente ni adornar con el gozo propio del beneficio que nos ha de traer. Porque la ascesis moderada y positiva que se nos propone para la Cuaresma desemboca naturalmente en paz interior y en horizontes de esperanza, presagio todo ello del gozo pascual.
Además de proponernos una ascesis positiva, que es como una disciplina necesaria para el control de nuestros instintos y pasiones y para el ejercicio de las virtudes, la Cuaresma nos instruye con el uso más abundante y selecto de la palabra de Dios, para que seamos plenamente conscientes de la fe que profesamos, centrándonos en la persona de Cristo y su mensaje y en el misterio de su muerte y resurrección.
Nuestro momento histórico está lleno de preguntas, de sufrimientos, de frivolidades. En vista de este panorama, creemos que nuestro mundo puede hallar la verdadera luz que necesita para aderezar la vida personal y social, en la persona de Jesús resucitado. No conocemos otro camino que pueda ayudar eficazmente al mundo a salir del círculo que le priva de sentido y lo sumerge en el dolor, más que el proceso personal que vivió Jesús y su propuesta de amor fraternal entre nosotros y filial hacia el Padre de todos.
En este contexto, tiene sentido el ejercicio cuaresmal, como un tiempo favorable para retornar con nuevos bríos y nueva ilusión de cada cristiano y cada comunidad al seguimiento de Jesús, único camino verdadero, y al aderezamiento responsable de nuestra vida, como la única tarea importante por la que vale la pena gozar y sufrir. Es posible que en esta Cuaresma nos sintamos movidos a aprender a vivir, a superar la frivolidad y la superficialidad, para perseguir lo único necesario.
La ceniza con que marcamos nuestra frente nos recuerda la caducidad de todo lo material, incluida nuestra propia vida, y el engaño constante que padecemos, sobre tantas cosas como ocupan vanamente nuestro corazón, sin que sean capaces de darnos paz, ni mucho menos la vida verdadera. La ceremonia de la ceniza es una llamada a la conversión; esto es: a reconocer con espíritu de arrepentimiento la inhumanidad y la desorientación en que vivimos con demasiada frecuencia y perjuicio de nuestra felicidad, y orientarnos decididamente en la dirección positiva.
Todo nos lleva a preparar un corazón abierto y sincero y a purificar nuestras intenciones. La ayuda a los demás, la oración y la ascesis, vividas con especial intensidad en este tiempo de Cuaresma, han de ser asumidas con corazón sincero delante de Dios, y no para ser bien vistos de los demás, ni por autocomplacencia, teniendo en todo como modelo a Jesús, que vivió enteramente para Dios y los hombres.