Santísima Trinidad (A)

Amados hermanos en el Señor:

Nuestra profesión de fe confiesa un Dios trinitario: tres personas distintas, un solo Dios verdadero. Estamos ante un misterio donde la inteligencia humana -por limitada- se pierde totalmente. Nunca jamás hombre alguno habría podido sospechar cosa parecida, si Dios mismo no la hubiese revelado, como lo ha hecho claramente en la palabra de las santas Escrituras. En ella se presentan tres nombres referidos a Dios, que expresan tres formas diferentes de relacionarse con nosotros y con la creación entera.

El primer nombre y relación se expresa así: El Señor pasó ante él (Moisés), proclamando: Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad. Es Dios Padre que lo ha creado todo, y está con sus criaturas acompañándolas en el proceso de retorno a él.

En el decurso de la historia, tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Y en su Hijo, Dios se manifiesta salvando todo lo que estaba perdido, por la palabra y la obra de su Hijo: Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El Hijo es el segundo nombre y representa una segunda relación de Dios con nosotros.

Y, cuando el Hijo acabó su tiempo en este mundo, dio a los creyentes el Espíritu Santo, diciendo: Recibid el Espíritu Santo…él os enseñará todas las cosas y os hará recordar todo lo que yo os he dicho. El Espíritu es el tercer nombre y lleva a cabo la tercera relación divina con la humanidad: una relación personal, íntima, espiritual.

Como respuesta, nosotros tenemos tres maneras diferentes de relacionarnos con Dios: Con el Padre, que es el origen y el fin de todas las cosas, con el Hijo, que se ha acercado hasta hacerse uno de nosotros y nos ha mostrado el camino, nos ha salvado y nos ha proveído de todos los medios necesarios para el camino de retorno a Dios, y con el Espíritu Santo que habita en nosotros y, desde nuestro interior, nos ilumina y nos conforta: nos llena del amor de Dios, haciendo posible y, hasta cierto punto fácil, encontrar y seguir el camino de salvación.

Si nuestra inteligencia no puede abarcar el misterio, nuestro corazón ha sido dotado por Dios graciosamente con el poder de contemplarlo ,sin cansarnos, a la luz de la fe y de la esperanza. El camino de la contemplación es la vía directa para acoger a Dios en nuestro interior en el silencio y en la espera hecha de deseo y buena disposición. No podemos acceder a Dios con la mente, pero está a nuestro alcance por medio del amor.

Es así como podemos percibir la presencia de Dios y dejarnos conducir por él, que irá purificando a nuestro ritmo nuestras intenciones y nuestras obras. Podemos decir que, más que obrar o merecer nosotros mismos la salvación, somos dispuestos por la presencia de Dios a recibirla gratuitamente. Nuestra aportación es la disponibilidad y la acogida del don.